Las cosas, los lugares, los olores, colores, sonidos, presencias y ausencias. Las personas y los hechos. Y sobre todo las palabras, nunca pasan en la vida de Griselda Gómez de manera superficial. Con registro detallado y silenciosamente, ella va aprehendiendo aquello que le sucede, lo deja descansar -a veces más otras menos-, para luego expresarlo -ahora sí en voz alta, potente y sin rodeos-, hecho poesía.
Hace tres años, la escritora cordobesa Griselda Gómez fue invitada al Encuentro Internacional de 2013 de la ULaTE (Unión Latinoamericana de Escritores) representando a nuestro país, y desde entonces, entre sus escritos y percepciones comenzaron a surgir aquellas vivencias y emociones que sintió al pisar tierras aztecas.
Hoy, tres años después, y después de un segundo viaje el año pasado, la autora edita «Doy mi des/nombre a México», con poemas que han surgido no sólo de su experiencia más íntima, sino también de los vínculos sociales nacidos en aquel tiempo y lugar.
Hace tres años, Griselda Gómez trajo consigo de México cosas, lugares, olores, colores, sonidos, presencias y ausencias, personas y hechos. Trajo palabras, que han decantado en estos años con el trabajo y dedicación que la caracteriza.
Hoy nos las sirve en vaso chico, con limón y sal, y nos invita al ritual en su compañía. Como todo buen tequila, sus poemas dejarán el fresco y fuerte sabor un largo rato en nuestra boca.
«Doy mi des/nombre a México», de Narvaja Editor, se presentará el próximo viernes 2 de diciembre a las 20 en Paradoja (A. Rodríguez 260), y acompañarán a la escritora Eduardo Gasquez (Cba.) y Jorge Borja (México). Además, leerá textos Judith Gerbaldo. Antes de la cita, Griselda Gómez dialogó con Babilonia y contó acerca del proceso de escritura de su libro.
Visitaste México hace algunos años, ¿estos poemas surgieron allí o los escribiste después?
– En 2013 estando allá tomaba notas en un cuaderno, ya de regreso pude plasmar lo que hoy es la primera parte del libro y que le da título, de hecho es el poema más extenso. Cuando el año pasado volví a México escribí el resto.
– ¿Qué fue lo que más te impactó del pueblo mexicano?
– Sólo conocí una parte. En realidad me impactó todo. Distrito Federal es un mundo diferente al recorrido que hice por el estado de Hidalgo, pueblos del México profundo, comunidades con un fuerte sentido de la identidad, que no perdieron sus costumbres, sus rituales, que plantan lo que son y lo que fueron. Me impactaron los buenos modales y la generosidad para recibir a los forasteros. La simpleza con la que comparten sus saberes e incluso sus platos. Recuerdo al padre de una alumna que había estado en una de mis charlas en la zona de Santa Úrsula, al final del evento se acercó y me dijo la invitamos el almuerzo en nuestra casa, aunque sólo tenemos penca para comer. Me impactó la hospitalidad de los poetas, la igualdad entre nosotros, ser un colectivo de voces dejando lo nuestro en las escuelas, en los centros culturales, en las universidades, en los sitios más vulnerables. Eso en el marco del Encuentro Internacional de 2013 de la ULaTE (Unión Latinoamericana de Escritores) organizado y coordinado por la poeta mexicana, artista plástica y enorme gestora cultural Cristina de la Concha. Lo que me impactó está expresado en el libro y en tal sentido la escritura es un breve registro.
– Además de tu des/nombre, ¿qué le dejaste a esta tierra tolteca?
– No sé si le he dejado algo, sé lo que a ella ha dejado en mí. Tal como dije, haber recorrido escuelas primarias y secundarias, sedes universitarias, centros culturales, centro de derechos humanos, o una sala de lectura en plena sierra, trabajando con los chicos en extensas jornadas que comenzaban a la mañana temprano y terminaban bien caída la tarde. Haber estado con ellos por poesía, por escritura, por memoria como consignas principales fue una maravillosa experiencia de intercambio. Ahora les dejo mi libro como una humilde devolución y un infinito reconocimiento.
– Siempre rescatás a la poesía del caos y la tragedia, ¿en qué momento hostil nacieron los poemas de este libro?
– Esa es tu valoración personal sobre mi obra y aunque difiera de la mía es muy respetable. No rescato a la poesía del caos y la tragedia, en todo caso lo hago desde la realidad que me toca como sujeto que vive en determinado tiempo y sociedad. Este libro no surgió en ningún momento hostil. Estas páginas nacieron de la luminosidad de aquel pueblo, del sofocante calor de Huapalcalco y Tula, del sol, la luna y el rugido del jaguar en las pirámides de Teōtihuācan, del fuego en el carnaval de Ixmiquilpan, del radiante mural de Tulancingo, de la fiesta y ceremonia de la cera efímera, de la fuente de Coyoacán, de los sahumos en Huehuetla, del estallido de las risas, de tanto que está en la luz. Del cruce con poetas de Nicaragua, Venezuela, Chile, Perú, Israel, Costa Rica, Bolivia y tantos otros con los que nos encontramos en esa geografía y en el momento oportuno. De la tragedia sólo doy cuenta en el poema “Ayotzinapa”, por memoria y necesidad de justicia, en contra de la impunidad. Creo que desde ese lugar ético en el que considero a la escritura tengo la obligación de dar cuenta, incluso en la metáfora.
– Ellos más al norte y nosotros más al sur, México parece estar más ligado a la raíz primera de América, en cambio Argentina se empeña sólo en su origen inmigrante, de todas maneras, te sentís hermanada a este pueblo ¿qué es lo que te hermana, además de las palabras?
– Creo que el hermanamiento viene de generaciones anteriores, si pienso que México abrió sus puertas y su corazón a los exiliados y refugiados políticos que se despatriaban forzadamente durante la última feroz dictadura cívico militar de Argentina. Me hermanan muchas cosas, algunas muy personales, me hermana saber que es el único país que conozco fuera del mío y aunque conozca otros estoy segura: viviría en él, algo que hasta hace muy poco tiempo ni pasaba por mi cabeza.