La escritora acaba de publicar “La salvaje de Boston”, una novela que sigue los pasos de una joven mestiza –transformada en maestra- que llega a los Estados Unidos para aprender sobre la educación en niños con discapacidad. Un halo gótico se deja entrever en las páginas de esta historia que, según la propia Casañas, es “un homenaje a las lecturas juveniles” que tanto le apasionaban.

Afirma que el tema de la docencia siempre le gustó (de hecho actualmente da clase de Derecho en la Universidad). De niña jugaba a ser maestra y asegura que si hubiera elegido esa profesión seguramente la habría ejercido en el ámbito rural. Quien la conoce, sabe que ése podría haber sido perfectamente su lugar. Fresca, tranquila, generosa, inteligente y sencilla, es fácil imaginarla en sitios despoblados rodeada de niños y enfrentando las adversidades con una sonrisa. Pero la escritura marcó su destino, y tal vez aquellos anhelos fueron dando forma a estos personajes que aparecen en cada una de sus obras.
Gloria Casañas es una mujer que se ha ganado un lugar destacado en el género histórico-romántico, pero que además se ha hecho merecedora del cariño y el respeto de sus lectores y colegas. En mayo editó un nuevo libro, “La salvaje de Boston” que sigue los pasos de la intrigante Livia Cañumil.
-«La salvaje de Boston» tiene como protagonista a Livia, un personaje que los lectores conocieron ya de pequeña en «La maestra de la laguna». ¿Desde aquella primera novela sabías que en el futuro ibas a escribir algo sobre ella o surgió inesperadamente la posibilidad de trabajar en torno a la figura de Livia?
-Me gustaba Livia Cañumil desde el principio. A medida que fui relatando las peripecias en la escuela de la laguna, vi en ella a la mejor discípula de Elizabeth O’ Connor, la maestra bostoniana que vino de la mano del presidente Sarmiento para fundar el normalismo. Por eso la hice aparecer en las novelas posteriores y los lectores la vieron crecer, convertirse en maestra, y supieron de su carácter reservado y observador. En “La salvaje de Boston” le toca a Livia vivir el amor, y la llevé adonde todo comenzó, para cerrar el círculo con el viaje de una discípula argentina, mestiza por añadidura. Todo un desafío en un país extraño con ideas revolucionarias.
– La historia aborda un aspecto interesante sobre las primeras experiencias educativas en niños con discapacidades (en este caso ceguera, sordera). ¿Cómo fue el proceso de investigación para construir esa parte importante de la trama?
-Junto con el normalismo y los jardines de infancia, el abogado y educador Horace Mann, su esposa Mary Peabody (amiga de Sarmiento) y su hermana Elizabeth Peabody, habían contemplado la educación de niños con problemas. Me gustaba que Livia Cañumil se interesase por esta educación especial, ya que ella tuvo que enfrentar limitaciones de todo tipo para convertirse en maestra y ser aceptada. Para recrear en mi mente el pensamiento de esos niños y las dificultades del instructor que se ocupara de ellos, leí libros donde se ponderaban ciertos métodos o se relataban experiencias, incluso una biografía escrita por la propia Helen Keller, un ejemplo de superación increíble.
–«La salvaje…» tiene también un halo de misterio. ¿Cómo fue trabajar ese otro componente del clima narrativo?
-Era lo que anhelaba, escribir una novela con tinte gótico. Fue también un homenaje a las lecturas juveniles que tanto me apasionaban. Lo disfruté muchísimo, me sentí transportada a la época y hasta me producía inquietud lo que yo misma escribía. Recuerdo una vez en que, avanzada la hora, en el silencio nocturno me estremecí al crear una escena. Pensé: “bueno, si hasta yo siento miedo, lo habré logrado”.
–Livia y Jeremías son dos personajes muy fuertes, siempre hay entre ellos una especie de duelo. ¿Cómo fue la construcción de esta pareja protagónica?
-A Livia la enfrenté con alguien que le ofreciese un desafío. Ella no es coqueta ni busca el matrimonio como objetivo en su vida, entonces debía ser un hombre que le interesase desde otro ángulo. Yo los veo como dos contendientes que se miden, se estudian para dar el golpe de la victoria. Además, Jeremías tiene un pasado que lo condena en cierto modo, y Livia es capaz de entender eso.

-Una vez más, en este libro aparece el tema de las «maestras». ¿Qué te atrae de ese rol social y porqué de una u otra manera está presente en tu obra literaria?
-A mí me hubiese gustado ser maestra de escuela primaria. Recuerdo que jugaba con mis muñecas, las sentaba en el piso, formadas de a dos, y escribía para ellas en el pizarrón que mi papá había pintado tras la puerta de mi cuarto. A la hora de elegir carrera opté por el Derecho, pero me di el gusto de enseñar a través de mi cátedra de Historia del Derecho. No dejaría de hacerlo, me gusta tanto como escribir. Por eso tuve la idea de crear un personaje con esa vocación en “La maestra de la laguna”, porque si yo hubiese sido maestra, habría elegido el camino del maestro rural.
La serie histórica está formada por novelas que se entrelazan a través de sus personajes. Ellos atraviesan los libros, y van viviendo las circunstancias de nuestra historia a medida que crecen, se enamoran, tienen a sus hijos, o viajan.
Una lectora me dijo el otro día: “es como una gran novela que nunca termina”, y me pareció una hermosa definición.
Ahora me están pidiendo que no cierre el ciclo con “La salvaje de Boston”, pues allí también hay personajes secundarios que les gustan y quieren saber qué pasará con ellos. Les digo que no los voy a abandonar, que de algún modo dejaré abierta la puerta, aun si escribo otras historias diferentes, para que por una rendija sepan qué sucede en sus vidas. Yo también los extrañaría si no lo hiciera.