Nuevamente, Esteban “Tito” Dómina se da el lujo de combinar dos cosas que parecen apasionarlo: la escritura y la historia. Y si hablamos de que aquí las páginas despliegan relatos sobre la historia política nacional, el placer de Dómina sí que debe ser completo.
Publicado por Ediciones del Boulevard, y presentado hace pocas semanas en la ciudad, el nuevo libro de Dómina llega en el momento y lugar indicado, en el marco de un año signado por el Bicentenario de la Independencia, invitándonos a (re)descubrir qué pasó aquel 9 de julio de 1816, pero analizándolo dentro de un paréntesis de más de una década.
“La Independencia Argentina. 14 años de política, diplomacia y guerra” lleva por título el nuevo material de este representante de la política provincial, el cual propone un ejercicio de reflexión objetiva sobre un proceso que comenzó en el Cabildo de Buenos Aires de 1810 y culminó en la batalla de Ayacucho, en 1824.
Lejos de considerarlo un hecho aislado –como muchas veces se enseña en las instituciones escolares -, Dómina se toma el trabajo de recopilar información acerca de figuras, espacios y momentos decisivos de Argentina en particular, y América Latina en general, en la primera mitad del siglo XIX, construyendo un relato de fácil lectura y valioso en cuanto su abordaje, que resultará interesante no sólo para amantes de la historia nacional, sino para todo curioso ciudadano.
En diálogo con Babilonia, Esteban Dómina habló sobre “La Independencia Argentina”, de los datos valiosos que consiguió en el proceso de escritura, de lo que lo motivó a realizarlo y sobre lo importante de su edición.
– ¿Por qué elegiste contar el Bicentenario de la Independencia como un proceso de 14 años, y no como un hecho puntual?
– El 9 de julio de 1816 ocurrió en medio de un proceso histórico que tuvo un antes y un después. Comenzó el 25 de mayo de 1810, con la Revolución de Mayo, pero la guerra que le siguió se prolongó durante 14 años; concluyó en 1824, con la batalla de Ayacucho. Por eso, es un error tomar la declaración de la independencia como un hecho puntual, fuera del contexto que la contiene. Tampoco resulta sencillo dilucidar por qué pasaron seis años entre la revolución de 1810 y la declaración de la independencia.
-¿Cuál fue el desafío que surgió de pensarlo de esta manera?
– El desafío fue tomar distancia del relato tradicional y reinterpretar ese proceso desde una lectura política, lo más objetiva posible, sin forzar los hechos históricos y respetando los hechos según sucedieron. En otras palabras: reconstruir los acontecimientos políticos y militares de ese período desde la perspectiva de tiempo y espacio en que ocurrieron, tratando de recrear el clima de época sin alterar la ideología ni el carácter de los principales protagonistas.
– ¿Cuál sería el ABC que debería conocer el lector para iniciar la lectura de este libro?
– Muy poco, lo básico que casi todo el mundo conoce: Revolución de Mayo, próceres, batallas, gobiernos. A partir de esa plataforma mínima de conocimientos, el libro intenta ayudar a reordenarlos desde la lógica política de esos tiempos, a componer el contexto de época para entender mejor el proceso independentista en su naturaleza y alcances. Un proceso que no estuvo exento de marchas y contramarchas, avances y retrocesos que alargaron su duración a 14 años.
– ¿Qué es lo que -como escritor- más te apasionó de la historia independentista? ¿Y como político?
– Lo más apasionante es desentrañar la complejidad y ambigüedad que caracterizaron la gesta independentista. Pasaron cosas muy locas. Basta, por ejemplo, recordar que en medio de ese proceso estuvimos muy cerca de tener una monarquía en cabeza de un príncipe europeo. En 1814 el gobierno mandó a Rivadavia y Belgrano a Europa con ese fin. La política está presente en cada acción; desde esa perspectiva, la guerra no fue más que la prolongación de esa política por otros medios, como decía Clausewizt. Hubo batallas y campañas militares, pero el proceso independentista fue eminentemente político, una verdadera puja de poder.
– El relato que adjunta el libro habla de que debemos realizar «un análisis objetivo y desapasionado» de los hechos que marcaron nuestra historia como nación, ¿creés que es posible hacerlo sin caer en preferencias políticas e ideológicas?
– Hay que esforzarse para que sea así. De otro modo, si uno contamina el relato con su propio punto de vista, en cierta manera defrauda al lector. No se trata de ser aséptico, para nada, pero sí de no hacer lo que el lector debe hacer por sí mismo: sacar sus propias conclusiones. Al menos ese es mi criterio. Tampoco se debe caer en un error recurrente de algunos historiadores, que es analizar los hechos del pasado con parámetros o paradigmas del presente, porque se distorsiona la realidad o, peor aún, se la manipula.
– El libro también habla de «zonas grises e interrogantes» que aún subsisten para quienes habitamos esta patria, ¿cuál creés que son las dudas que más nos han impedido crecer como nación?
– Más que dudas, hay ciertos atavismos que se repiten a lo largo de nuestra historia y obran como lastres. El más jodido de todos, en mi opinión, es nuestra inveterada afición a fomentar divisiones, a provocar grietas. A los argentinos, desde siempre, nos costó aunar esfuerzos, cinchar para el mismo lado. Es como si obedeciéramos a algún extraño mandato que nos empuja a enfrentarnos en lugar de potenciar lo que nos une.
– Haciendo un anclaje local, ubicás a Córdoba como centro de muchas decisiones para la independencia argentina, ¿cuánto aportó nuestra ciudad en ese proceso?
– Córdoba siempre tuvo un rol intenso en la historia argentina. En esa primera hora de la patria jugó fuerte, tanto que fue el fiel de la balanza en un momento peliagudo, como el de 1816. En ese momento, resultaba crucial para las provincias decidir si se concurría o no a Tucumán. Y Córdoba, que estaba más cerca de Artigas que de los mandos porteños, no vaciló: mandó representantes al Congreso de Tucumán y contribuyó a afianzar la unión nacional y la lucha por la independencia.
– En el proceso de escritura de este libro, ¿te encontraste con datos que no habías reunido como investigador hasta el momento? ¿Cuáles?
– Siempre se descubren cosas en una segunda lectura. En este caso se me agigantaron aún más las figuras de Belgrano y San Martín, por el papel decisivo que jugaron en esa hora dramática de la nación en ciernes, donde no cabían las medias tintas. Claramente son las piezas claves del proceso independentista, junto a Martín Miguel de Güemes, que también jugó un papel decisivo en esa hora. Sin ellos, el proceso se hubiera dilatado o hubiera tenido un final menos feliz.
– ¿Qué fue lo que más te gustó de escribirlo?
– Viajar en el túnel del tiempo tiene su encanto. Navegar esas aguas procelosas de los tiempos fundacionales y redescubrir personajes y circunstancias nos ayuda a entender de dónde venimos, por qué somos como somos. Por eso recomiendo, cada tanto, una inmersión en la historia, sin otra pretensión que esa: asomarnos a nuestro pasado para entender mejor el presente.