Este comentario podría comenzar de muchas maneras, pero creo que la mejor es tomar la anécdota con mi hija de seis años que, al ver el libro en cuestión sobre mi mesa de luz no pudo evitar preguntar: ¿“Mamá, qué es ser feminista”? Buscando en mi cabeza las mejores explicaciones para su edad y tratando de no ser demasiado entreverada, opté por decirle que “feministas” son las mujeres que defienden y luchan por los derechos de las mujeres, a lo que rápida de reflejos respondió: “Entonces todas las mujeres son feministas”.
¿Cómo explicarle que no? ¿Cómo explicarle que no todas las mujeres quieren ser feministas? ¿Cómo enseñarle que muchas mujeres nacen, crecen y mueren sin ponerse a pensar en sus propios deseos, en sus espacios cedidos, en sus sueños? ¿Cómo contarle que muchas veces son las propias mujeres las que sienten temor de ser tildadas de feministas? Y, al fin de cuentas, ¿qué es ser feminista? o tal vez, ¿qué es ser mujer?
Las preguntas quedaron rondando en mi cabeza, al igual que las historias narradas por la española Carmen de la Cueva en este hermoso material editado por Lumen, que hace pocos meses llegó a las librerías del país.
Carmen es joven, muy joven, nació en el `86, por lo que la cuenta se saca fácil. Pero por más que sea parte de una generación donde la globalización marca el pulso de los acontecimientos, y los líderes están en todos lados, resulta que la única manera que encontró para entender el mundo fue yendo hacia atrás, a través de mujeres mayores, aquellas que transcurrieron una historia analógica abriendo camino en la lucha de los derechos universales. Y no sólo lo digo por la distinción que la escritora hace de su madre, abuela y tías abuelas, sino –y sobre todo-, por las autoras que cita a lo largo de su libro, ubicándolas como en un desfile de figuras y personajes de la literatura universal. Louisa Alcott, Jo March, Pippi Calzaslargas, Eve Ensler, Emily Dickinson, Jane Austen, Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, y otras tantas pueblan las hojas de la historia de Carmen de la Cueva que desde que nació sintió que debía dejar un legado feminista para así poder encontrarle un sentido a su vida.
Pero no nos confundamos, Carmen tampoco sabe bien qué es ser feminista. De hecho, tratará de dilucidarlo con el correr de las páginas. Es decir, ella sabe y siente que las mujeres en general, y las de su familia en particular, llevan una vida muchas veces injusta por no poder elegir su futuro, o mejor dicho, un futuro que no sea casarse y tener hijos. Por eso quiso, a diferencia de su madre -quien debió abandonar los sueños de estudio por quedar embarazada-, tener una profesión. Así, pensaba Carmen, podría lograr la independencia total y absoluta. Lograr el cuarto propio, como señalaban la inglesa Woolf.
Las críticas de otras mujeres, los mandatos de belleza femeninos, los buenos modales, de todo lo que hacía ser una buena mujer nada le caía bien a Carmen y por eso a medida que crecía estaba más convencida de que debía luchar como una verdadera feminista. Sin embargo, y siempre guiada por sus autoras de cabecera, sentía algunas contradicciones. ¿Podía una feminista enamorarse de alguien? ¿Era abandonar sus sueños estar en pareja y formar una familia? ¿La única manera de ser feminista era siendo soltera y sin nadie a su cargo? Estas incógnitas existenciales la acompañaron desde Sevilla a México, pasando por Alemania y Londres. En el camino, Carmen descubrirá poco a poco cuáles son las coordenadas de la lucha de género en la actualidad, sabiendo que la respuesta muchas veces es tanto colectiva como individual.
Con un formato prolijamente cuidado y acompañado por bellas ilustraciones de la artista Malota, “Mamá, quiero ser feminista” es sin dudas la introducción a un debate que se hace cada vez más necesario. Mujeres de todo el mundo despertamos día a día buscando resolver las injusticias que hasta el día de hoy vive el género, pero sin dudas aún existen temáticas y posturas que parecen alejarnos una de otras de manera egoísta.
Carmen de la Cueva creyó que al irse de Alcalá, su pequeño pueblo natal, estaba rompiendo algunas de las tantas cadenas que atan a una mujer a un futuro de manual que incluye esposo, paseos en cochecito y perro cepillado. A la vuelta de la vida, y después de un largo trajinar por el mundo regresar a su casa materna será el único refugio donde pueda (re)surgir, descubriendo que las que están antes que uno tienen muchas veces las claves para entendernos a nosotras mismas.
Dice la escritora española que al pensarse feminista, desde un primer momento la acompañaron -justamente- las mujeres de su familia y los libros, del cruce de esto nació este hermoso libro. Resta preguntarle a la autora por qué habrá dejado de lado tantas autoras latinoamericanas que desde este lado también se alzaron -y se alzan- con sus palabras para hacerse valer. Y tal vez presentarles a Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Violeta Parra, Clarise Lispector, y más acá en el tiempo contemporáneas como Gioconda Belli, Isabel Allende, Laura Esquivel o Angeles Mastretta, sólo para nombrar algunas.