Terminando la primera semana de receso escolar, desde Babilonia te proponemos un momento de narración. Después de presentar “Cuentos inquietos” en Rincón Cultural, Nadina Barbieri nos cuenta la historia de “Cola de flor”, de Laura Devetach, sobre Saverio, un perro muy especial.
El martes pasado, la narradora Nadina Barbieri presentó en la librería Rincón Cultural su espectáculo “Cuentos inquietos”, desplegando frente a grandes y chicos relatos, juegos y canciones. La actividad fue parte de las propuestas de Babilonia para estas vacaciones -que continúan el próximo sábado 20 en el Paseo del Jockey- y, a la vez, un clásico que se presenta por tercer año consecutivo en este espacio de Dinosaurio Mall, pensando en opciones para disfrutar en familia.
“La narración es la mejor puerta para llegar a la literatura” dice siempre Nadina y compartimos con ella la reflexión, por eso apostamos a esos pequeños pero fundamentales momentos literarios, que le permiten a lxs niñxs conocer nuevos mundos, imaginar personajes y observar diferentes escenarios.
Abriendo esta sección de «Cuentos en vacaciones», Nadina eligió narrarnos “Cola de flor”, cuento de la escritora Laura Devetach, referente de la Literatura Infanto Juvenil de Córdoba. Este relato, según lo señala Mariano Medina desde el Cedilij (Centro de Difusión e Investigación de Literatura Infanto Juvenil), surgió a finales de los `60, obtuvo el 5º Premio de un Concurso de Argumento e incluso fue incorporado al programa PIPIRRULINES, que la autora tuvo en Córdoba en 1972 y 1973. Su publicación tuvo lugar por primera vez en la antología «Cuentos para leer y contar» (1972- Ed. Huemul), luego se publicó en el año 1984 (Ed. Nueva Gente) y desde entonces se ha usado como texto escolar, lo que demuestra el trabajo de su autora como precursora de la LIJ en nuestro país.
Les dejamos a continuación el cuento (aclaramos que no es la versión original) para que lean mientras van escuchando al mismo tiempo, y después, si quieren pueden dibujar en familia a Saverio.
¿Comenzamos?
“Un día, le brotó a Saverio una margarita en la punta de la cola.
Era lindísimo sentirse un perro que, en vez de terminar en perro, terminaba en flor.
—Guau, guau —ladró Saverio, con los ojos redondos—. Y ahora, ¿qué hago?
Pero no tuvo mucho tiempo para pensar, tía Sidonia lo puso sobre una carpeta con flecos, en una mesita.
—Hoy vienen mis amigas a tomar café —dijo—, y no conseguí flores para adornar la casa. Saverio, trabajarás de florero esta tarde.
—Guau, guau —rezongó el perrito—. Yo me aburro aquí, haciendo de florero.
—Quédate quietecito y con la cola bien alta para que se vea la margarita.
Llegaron las amigas de tía Sidonia. Todas traían dulces y hablaban al mismo tiempo.
Saverio se asustó muchísimo ante tanto ruido y escondió la cola entre las patas. Pero cuando más la estaba escondiendo, una señorita vio la flor y dijo:
—Voy a deshojar esta margarita, diciendo me-quiere-mucho-poquito-nada, para ver qué tanto me quiere mi novio
Entonces Saverio dio un gran salto por la ventana y aterrizó en la banqueta. Había mucha gente apuradísima. A nadie se le ocurrió que era bonito ver un perro con la cola florecida. Los señores y señoras sólo querían quitarle a Saverio la margarita.
Un señor la quería para ponérsela en el ojal.
Una señora gorda, para adornar un pastel de chocolate.
Una señora flaca, para hacer té de margarita con limón.
Un domador, para azuzar al león.
Y un merolico, para ponérsela en la oreja y empezar a pregonar.
Saverio se escapó, y asustado, se puso a espiar desde la esquina.
Entonces empezó a llover una lluvia cantora. Con la lluvia llegó Laurita, la niña del paraguas rojo.
— ¡qué cosa tan linda! —le dijo al perro—. ¿Qué hiciste para que te floreciera la cola?
— No sé —dijo Saverio con un poco de vergüenza—. Me pasan cosas que a veces no entiendo.
— Es muy lindo tener margaritas en la cola —dijo Laurita.
— ¿Verdad que no me quieres quitar la margarita como todos los demás? —preguntó Saverio asombradísimo.
— ¡No, no! —dijo Laurita riendo, y al reírse, la lluvia pintó la calle de azul—. ¿Vamos a pasear?
Laurita y Saverio se fueron saltando. Al saltar hacían un chisporroteo de gotas y abrían con el paraguas un enorme, enorme agujero
de agua”.