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Comentario: "Las maldiciones" de Claudia Piñeiro

 

 

 

Hace varios años ya, el periodista y escritor Martín Caparrós publicó en la por entonces revista XXI un artículo titulado “Malditas maldiciones”. En el texto, Caparrós contaba cómo fue que un término de poco uso en tierras argentas -maldito- se convirtió en una palabra de utilización frecuente, incluso en el periodismo gráfico, sirviendo de comodín para títulos gancheros. Y afirma en su nota que la moda germinó gracias a las horribles traducciones al español neutro de las películas norteamericanas, en las que a cualquier tipo de insulto le adosaban esa expresión. Hicieron punta en la redacción de la revista Noticias, cuando a un informe sobre la corrupta policía bonaerense lo imprimieron con el llamativo encabezado “Maldita policía”, aludiendo a un filme protagonizado por Harvey Keitel, cuyo título original (Bad lieutenant, algo así como “Teniente malo” o “Mal teniente”) derivó en el predecible sello de “Un maldito policía” para el mercado latino.

 

Claudia Piñeiro retoma ese uso y va directo al punto con «Las maldiciones», una novela en la que combina las nuevas formas de construcción política, el papel que juegan los medios de comunicación en esa construcción (incluidas de refilón las redes sociales), y las relaciones de poder tanto a niveles personales como de estructuras, todo matizado por esa suerte de realismo mágico criollo que visto y considerando nuestro rastro histórico tiene más de realismo que de mágico. Ustedes saben, aquello de que la realidad muchas veces supera la ficción.

Sin dar demasiadas pistas, la cosa se presenta de la siguiente manera: un poderoso empresario devenido en político de ascenso rápido, contrata de secretario privado a un pibe que a simple vista no encaja demasiado en los cánones que se necesitan para un trabajo de esas características. Claro que con el transcurrir de la lectura se sabrá el motivo de la elección, cuando el jefe le realice un increíble pedido. En el medio, se cuela el inexplicable fanatismo que un gran porcentaje de la alta clase política argentina tiene con el universo de las supersticiones, del fraude, de lo sobrenatural… con las maldiciones.

 

Piñeiro esboza en esta nueva historia la idea de que todos cargamos con alguna maldición, y que la llevamos a la rastra, a veces sin que nos percatemos demasiado de ella, a veces con la fuerza de una topadora en dirección contraria. Resulta inevitable tomar el argumento del libro y no pensar en una analogía con lo ocurrido en la Argentina de los últimos 30 años, y más atrás también. Los personajes de «Las maldiciones» remiten de manera indefectible a nombres de la política nacional, incluso Piñeiro se toma una licencia a la inversa para meter en el texto dos entrevistas reales que hizo exclusivamente para el argumento, con Eduardo Duhalde y Ricardo Alfonsín. Uno de los puntos más altos de la novela es la inclusión de datos que tienen que ver con la fundación de la ciudad de La Plata, con la masonería y con la brujería, en una suerte de flashback al lopezreguismo de los ‘70.

 

Como casi toda la obra de Piñeiro, se trata de un libro de lectura rápida pero sin pérdida de calidad, con un armado preciso de la trama, aunque de resolución un tanto sobresaltada, que deja la sensación al lector de haberse atragantado en las últimas 20 páginas después de un desarrollo con un tempo lineal y equilibrado.

 

“Los personajes de Las Maldiciones solo existen en la ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Ni el escritor más talentoso podría superar la imaginación de algunos asesores de imagen y jefes de campaña”, advierte la autora antes de comenzar. De más está decir que, al margen de la diversidad de público al que puede llegar el libro, las personas cercanas a los medios, a la política y a la comunicación, la van a pasar bárbaro.

 

 

 

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