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“Amo leer y escribir policiales, pero soy escritora a secas, sin epítetos»

La escritora Mercedes Giuffré lanza su novela “Los Olvidados”, que ya está en preventa a través del sello Vestales.
Investigadora rigurosa del pasado y dueña de una narrativa sólida y potente, Giuffré se aleja del siglo XIX para sumergirnos en una historia de migración, lucha y supervivencia entre la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial.

“La guerra siempre es detestable”, afirma Mercedes Giuffré cuando se le pregunta qué tienen en común y a su vez de diferente la Guerra Civil Española de la Segunda Guerra Mundial. Hay detalles políticos, sociales, económicos y culturales propios de cada una, pero a la larga todo hecho bélico trae consigo miseria, pérdida, dolor, migraciones forzadas, actos heoricos, actos miserables, muerte y la lucha de los seres humanos por la supervivencia.

Con esos elementos y de la mano de una rigurosa investigación, la creadora de libros inolvidables como “El carro de la muerte” o “Deuda de sangre”, se aleja del siglo XIX y se sumerge en las primeras décadas del XX para dar vida a un relato que, de alguna manera, tiene cierta vinculación con su propia historia familiar.

La escritora nos cuenta detalles de «Los Olvidados», un libro en el que los protagonistas escapan de España y quedan atrapados en el norte de África.

-¿Cómo surgió la idea de escribir esta novela? 

-Surgió a partir de un descubrimiento. Yo me había inscripto como estudiante en una maestría, en la Universidad de Buenos Aires y la primera materia que cursé fue historia del siglo XX. Me tocó preparar mi exposición de parcial sobre la recepción de la Guerra Civil Española en Argentina. Como provengo, por el lado materno, de una familia española y sabía que mi abuelo se había escrito durante aquellos años con su padre y sus hermanos, busqué las cartas que él guardaba en una caja y que yo heredé, como Ana, el personaje del relato marco de mi novela. Entre esas cartas, que fueron reveladoras, encontré un álbum de fotos con imágenes de un tío abuelo, que yo sabía que murió en el exilio. Todo eso funcionó de disparador y me llevó a investigar sobre los refugiados de la Guerra Civil y lo que vivieron en el norte de África.

-¿Qué tienen en común esas dos guerras entre las que se desarrolla la historia – la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial- y qué de diferente? 

-La guerra siempre es detestable. El ser humano muestra lo peor de sí, la miseria, el odio y la crueldad. Pero también afloran los actos heroicos y la solidaridad. Se forjan relaciones que a veces son más fuertes que los lazos de sangre. Comunidades humanas que rompen las barreras culturales, de rangos, de géneros. Eso me interesaba explorar. 

     El nexo entre ambas guerras, en la novela, pasa por los protagonistas, Antonio, Isabel y José, que escapan de España para no caer prisioneros. Tal como les sucedió a miles de personas, ellos quedan varados en el norte de África, en una suerte de interregno, cuando se produce la Segunda Guerra Mundial y acaban involucrados a la fuerza. Argelia, recordemos, era entonces una colonia francesa, con todo lo que eso implicó. 

-¿De qué manera va a influir ese contexto bélico en la vida de los personajes protagónicos? 

Los atraviesa y los sacude como un huracán. Si en algún momento pretenden no involucrarse, resulta inevitable. Pero la verdad es que los refugiados españoles (y algunos latinoamericanos que iban con ellos, así como personas de otras nacionalidades) siempre estuvieron dispuestos a luchar contra el nazismo. Incluso, muchos hombres se ofrecieron como voluntarios en el ejército francés pero no fue sino hasta que los Aliados entraron en África que eso se concretó. 

-En la novela hay una reconstrucción de la historia familiar que Ana va haciendo a través de los cuadernos de su abuelo. ¿Cómo funciona esa estrategia narrativa en la trama? 

-La novela viene a responder de algún modo la pregunta sobre qué tienen que decirnos las historias de estas personas hoy en día, qué nos aportan las vivencias de los exiliados, los refugiados, los que perdieron todo en las guerras, incluso su nacionalidad, a veces hasta su idioma. Hoy hay otros refugiados y el tema no nos resulta ajeno. 

   Si bien partí de un hecho real (mi propio descubrimiento de lo que vivió mi antepasado en el Sahara), quise valerme de este recurso del relato marco, de la mujer contemporánea que encuentra los testimonios del pasado y es transformada por su lectura, para que los lectores se sintieran involucrados. 

     Onetti decía que quien quiera recibir un mensaje en las novelas mejor acuda a una mensajería. Tenía razón en cuanto a que la función de un texto literario no es la misma que la de una tesis académica. Sin embargo, cuando una trama apela en el fondo a lo atemporal y universal, algo queda de la lectura que puede decodificarse como un mensaje. Yo anhelo que si alguien encuentra tal cosa en esta novela, pase por la resiliencia, por el no darse por vencidos ni aun vencidos, por el reconstruirnos a pesar de todo, como lo hacen los personajes de Isabel, Antonio y José (y como lo hicieron los abuelos y abuelas de muchos de nosotros, que vivieron guerras y llegaron a la Argentina casi sin nada, dispuestos a empezar otra vez). Yo me crie entre inmigrantes y no recuerdo que jamás ninguno de ellos se lamentase por lo que habían dejado atrás. No se quejaban nunca. Aunque no se olvidaran del origen, siempre, siempre, miraban hacia delante, felices de estar vivos y de ser libres. ¡Qué gran lección!

-Es una novela coral, ¿qué van aportando cada una de estas voces al relato? 

Yo conocí la historia a través de las voces de los refugiados que escribieron memorias y diarios porque no querían que se olvidase lo que habían vivido. Me llegó como un rompecabezas que fui armando durante años, hasta tener una idea certera de lo que pasó en el norte de África durante la Segunda Guerra Mundial. Quise transmitir lo mismo. No una versión única, direccionada y previamente digerida, como un relato oficial. Quise que quienes lean la novela experimenten algo similar a los que viví yo mientras investigaba. La diferencia es que los narradores y personajes de Los Olvidados se conocen entre sí y se relacionan. Creo que el hecho de que sea coral le aporta volumen a la novela, la sensación de estar frente a un universo complejo entretejido con vidas.

-Sos una autora que se caracteriza por una enorme rigurosidad en la investigación histórica. En ese aspecto, ¿qué desafíos te presentó la elaboración de esta novela? 

-Mientras investigaba para mi tesis pensaba que el material que tenía en mis manos se expresaría mucho mejor desde la ficción que desde el ensayo académico. Leí muchísimo, casi todo lo que se había escrito sobre el tema hasta ese momento. Me trasladé mental y emocionalmente a la época y la geografía de la novela. Me fasciné con la cultura sefaradí, por ejemplo, y también con los bereberes y su lucha por defender la lengua y la cultura ancestral, tantas veces avasallada. Conocí la diversidad cultural del Magreb. Por las noches me despertaba con imágenes que me atravesaban, de una guerra que afortunadamente no viví, de lo que contaban los testimonios que leía durante el día… La vida me ha dado el privilegio de novelar esta historia. Pero el proceso de redacción fue muy distinto que el de la serie de Samuel Redhead. En ese sentido fue un desafío enorme porque con Redhead me siento en mi casa, en familia, en mi mundo conocido, en mi geografía, en mi cultura. Sin embargo, a veces es bueno salirse del lugar de confort. Fue también un desafío utilizar la forma coral y quitarme la etiqueta de “escritora de policiales”. Quiero decir, yo amo leer y escribir policiales, pero soy escritora a secas, sin epítetos. 

-En pocas palabras, ¿cómo definirías a “Los Olvidados”? 

-Antes de escribirla, sentí que era una novela necesaria, que la historia de estas personas merecía ser contada desde la ficción.

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