Sucede a veces, que la vida nos regala situaciones, momentos, encuentros que sólo con el tiempo podremos descubrir su verdadero significado. Como si fuera un giro del destino, que se adelanta en darnos las respuestas antes que las preguntas, ofreciéndonos algo que quizás después –en el futuro-, querramos retomar, pero que sólo podremos recordar como pasado.
Cuando era apenas un adolescente y trabajaba en la librería Pigmalion, Alberto Manguel conoció a Jorge Luis Borges, que para ese entonces ya gozaba de reconocimiento nacional e internacional, pero que a él, un chico de 16 años, poco le importaba. Durante cuatro años, y antes de que Manguel partiera rumbo a Francia con su familia, aceptó concurrir a la casa del escritor para leerle, tarea que muchas otras personas realizaban para Borges, debido al problema de ceguera que lo acompañó tempranamente.
Por supuesto que él no sentía en esos encuentros el orgullo que quizás hubiera sentido cualquier lector de Borges al acompañar a uno de los grandes maestros de la literatura universal. Cómo podría saber Manguel, que después de décadas, sería nombrado director de la Biblioteca Nacional, ocupando el cargo que el mismo Borges tenía cuando èl aceptaba hacerle compañía en su solitario departamento. “Siendo adolescentes, pensamos que cada uno de nuestros gestos es un favor que le hacemos al mundo”, dirá Manguel en un pasaje de esta entrevista con Babilonia.
Pero eso poco importa, ya que ahora es el tiempo y su perspectiva el que nos devuelve memorables instantes que compartieron juntos, tanto en la intimidad de su hogar o en las públicas calles de Buenos Aires, permitiéndonos ser parte del universo personal del autor.
Según lo cuenta en su prólogo, “Con Borges” fue escrito a pedido del editor francés de Manguel, Hubert Nyssen, “profundo conocedor de las literaturas del mundo”, y este año llega editado por Siglo XXI en nuestro país, junto con Alberto Manguel, quien participó en la última edición de la Feria del Libro de Buenos Aires contando un poco más sobre la trastienda del relato.
Manguel asegura que no hay fotografías, ni detalles, ni elemento alguno que acrediten el paso de él por la casa de Borges durante tantas veladas. Pero eso, lejos de ser una lástima, le da un tinte mucho más interesante a lo que se reproduce en su libro.
– En el prólogo de esta edición, comenta que Borges fue una de las últimas personas que despidió antes de partir de Buenos Aires, ¿recuerda cuáles fueron sus palabras en aquel momento? ¿Cómo actuaba Borges ante las despedidas?
-En esa despedida me regaló el libro de Kipling, Stalky & Co., el ejemplar que él había leído en su adolescencia, quizás como recuerdo de nuestras lecturas de Kipling. No recuerdo ninguna frase memorable en esa ocasión. Borges decía que si tuviéramos que tener frases memorables para cada despedida final, para cada muerte, nunca podríamos tener una conversación normal porque no sabemos nunca que ocasión es la última.
– Explica que este libro fue a pedido de su editor francés, conocedor de Borges, como tantos otros lectores y editores en el mundo, ¿hay una deuda de la literatura universal con él? ¿Cree que el esperó en algún momento el laureado Nobel?
– Él se había resignado a no tenerlo. Inventaba consuelos como «El Premio Nobel es otorgado por la Academia Sueca. ¿Conoce usted muchos académicos suecos memorables?» Y la deuda, el mundo la está pagando en los muchos escritores que escriben gracias a sus lecturas de Borges: Salman Rushdie, Haruki Murakami, Thomas Pynchon…
– Usted señala que «nuestra memoria tiene más de ficción que de crónica». Si tuviera que crear una historia a partir de las experiencias de su vida, ¿qué personaje le daría a Borges en este relato?
El que tuvo: Borges no puede ser nadie si no Borges.
– Trayendo el título del libro en primer plano, ¿Quién era usted con Borges? ¿Quién era Borges con usted?
– Borges era el gran maestro, el gran lector, la biblioteca universal. Yo era una voz casi anónima frente a la inexperiencia de la cual Borges demostraba una gran cortesía y generosidad.
– Siendo un niño cuando compartía momentos y conversaciones con Borges, ¿cuándo comenzó a dimensionar el valor que tuvieron esos encuentros?
Mucho tiempo después. Siendo adolescentes, pensamos que cada uno de nuestros gestos es un favor que le hacemos al mundo. Años después supe qué magnífico regalo me había hecho el azar.
– Compartir tiempo con una persona tan interesante como Borges, sin dudas puede marcarnos, ¿Qué han abierto esas conversaciones con Borges que han hecho de usted el hombre de hoy?
Quizás me enseñaron un poco de humildad, y alentaron mi curiosidad hacia casi todo y mi desconfianza de dogmas y opiniones oficiales. Borges me enseñó irreverencia.
– Dice usted también en una parte de su libro, que Borges podía ser muy cruel, ¿qué aspecto menos le gustaba de él?
– Sus prejuicios.
– Borges se consideró siempre lector antes que escritor, ¿qué consejos guarda usted qué él le haya dicho a la hora de leer?
– No leer nunca por obligación. Decía: «El placer no puede nunca ser obligatorio.»
– Sin poner en dudas sus encuentros (espero que no tome a mal esta pregunta), si le pidiéramos un registro concreto de sus encuentro con Borges, ¿cuál sería ese elemento? ¿Una foto, un libro, una dedicatoria, hay algo que guarda de él además de sus valiosas palabras?
– Desgraciadamente no hay más que mi memoria y la memoria de amigos como Vlady Kociancich y Edgardo Cozarinsky que nos vieron juntos muchas veces.