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Una prueba de fe

Análisis de la última novela editada del escritor argentino Gustavo Ferreyra, considerado referente de la literatura contemporánea nacional. Sórdida, desesperante, compleja, la trama se centra en la historia de una joven judía y virgen que se une a una extraña «cofradía» para desentrañar enigmas humanos que la trascenderán personal y generacionalmente. 

 

Se llega a una mesa, pero una mesa que no ha sido servida para el lector. Convidado de piedra, éste queda en un rincón, tratando de asimilar e interpretar una conversación en cuarta o quinta marcha. Los que hablan, o al menos las voces invocadas en medio del banquete, son nenes como Aristóteles, Freud, Sócrates… A un tipo cualquiera, hablando a gritos con la boca llena, se le entendería mejor.

Gustavo Ferreyra pasa el plumero sobre su biblioteca de sociólogo y el pobre lector queda con los ojos dados vuelta. Como un adolescente leyendo a Borges, en algún momento se preguntará: ¿tengo que leer todo lo que leyó el autor para poder comprenderlo?

Si el lector ya conoce a Ferreyra, si ya ha tenido alguna grata experiencia con sus textos, su primera prueba de fe será decidir continuar con una lectura tan embrollada, a sabiendas de que en tal enjambre de sentidos se cuece un caldo espeso y sabroso para cucharear.

 

Pero vayamos por el principio, para que este comentario vaya de a poco encontrando la huella de luz que se filtra entre las páginas de “Los peregrinos del fin del mundo”, última novela del escritor bonaerense.

 

Bruna, joven de 28 años, judía, virgen y que se considera fea en serio, viene de una temporada de pastillas y psiquiátricos. Al comienzo del libro, se reencuentra con su padre. No se dice mucho más que lo suficiente para vislumbrar una relación tormentosa, tempestuosa, borrascosa y cuantos fenómenos meteorológicos más se puedan emplear para ilustrar en definitiva la oscilante psicología de la muchacha. Basta con señalar que, tras cartón, la joven se une a una suerte de secta católica, liderada por un tal Padre Horacio, un cura enigmático que se dice cercano al Papa Francisco y a quien sigue otro manojo de sacerdotes, monjas, laicos y fanáticos. Este bestiario cuasi Armada Brancaleone se propone abrir el surco para una nueva peregrinación de Santiago de Compostela, pero en las Sierras de Córdoba y con San Juan Evangelista como patrón. Sí, el autor del Apocalipsis.

 

En “Los peregrinos…”, Ferreyra vuelve a poner la brújula en dirección al mamífero que habita en el fondo de lo humano, como ya en “La familia” se buscó al Sujeto como antítesis de la Vida. La gran diferencia con respecto a la narrativa de esta grandísima novela, donde pasan las generaciones y los siglos, es que en su último libro alcanza con un puñado de días de peregrinación por las sierras de Punilla. Los personajes van descubriendo que no saben realmente adónde se dirigen, que ignoran cuál es la meta real y que solo les queda la fe, o al menos la confianza en el rebaño y en el Padre Horacio, que va callado y tranquilo como un oligofrénico, llevando en su atado algo que puede ser una reliquia, como los restos del mismísimo Santiago… o la nada misma.

De a poco, a medida que el camino se prolonga, todos los peregrinos del fin del mundo van cayendo en las dudas, el miedo y la desesperación, hasta que la fe deja de mover montañas y los pies ya casi no responden. Bruna, la judía, la virgen, hará su propia caída, pero hacia el fondo de ese túnel en el país de las maravillas serranas, siguiendo cada vez más enfervorizada a ese conejo que es el Padre Horacio.

 

Los capítulos se alternan entre los destinados a las reflexiones de la protagonista y aquéllos propios a la dinámica y a las conversaciones del grupo. Hay una verdad en el fondo del atado del Padre Horacio, escurridiza como el agua de los ríos serranos. Hay una verdad entre piedras de palabras en un discurso por momentos tan florido y hermético como escatológico, ácido y surrealista. Física, biología, religión… Bruna se exprime la cabeza en busca del hombre definitivo, el no étnico, el sapiens, el puro, el que se levantó en dos pies… El Mesías, ni más ni menos, el nuevo Mesías, el Jesús que ya no es Cristo, el que nacerá de la virginidad de Bruna y vivirá indefinidamente entre los 30 y los 33 años.

 

Hay una verdad, y es que el lector quizá deba poner sus propias creencias en juicio para sumarse a ese grupo de peregrinos o crucificarlos con una herramienta infalible como lo es la risa más burlona.

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