La argentina Virginia Higa recorre en esta bellísima y divertida novela el relato de cómo sus abuelos maternos -inmigrantes italianos de Sorrento- se radicaron en Mar del Plata, crearon una trattoria tradicional y se convirtieron en los inventores de esta pasta rellena. En esta nota te contamos cuáles son las claves que la convierten en una comedia inolvidable.
A veces los libros llegan a nuestras manos por deseo personal. Lo vemos en algún lado (librería, biblioteca, los medios) y nos llama la atención. Quizás la historia, quizás el autor, quizás un personaje. Otras, llegan a nosotros por una recomendación. Esas ocasiones me encantan, porque detrás de eso hay otro lector o lectora que anticipa un momento de felicidad para nosotros. Y en raras ocasiones, los libros nos llegan por puro azar, como sucedió esta vez. Aunque estoy convencida que ningún relato llega a las manos equivocadas.
Se que podría no contar la forma de cómo llegó a mi biblioteca “Los sorrentinos” (Sigilo, 2020), de Virginia Higa, pero no lo haré, porque creo que también ahí radica uno de los ingredientes más originales de este plato literario. Todo ocurrió en una de las tantas reuniones que hacemos en Babilonia, donde invitamos a los presentes a realizar el “trueque de libros”. En esta actividad, cada uno lleva un libro leído y que haya gustado envuelto en un papel ocultando su título y autor, pero que ofrezca tres claves de lectura. Así, por orden de sorteo, cada uno se acerca a la mesa servida de libros y se lleva el que más llama la atención. Buscando entre muchos otros ejemplares tapados con papel madera, cuando fue mi turno, elegí uno que decía: “Novela familiar”, “Comedia gastronómica”.
En aquel momento ningún título vino a mi memoria, nada registrado en los anaqueles de librerías que pudiera enlazar con esa información. Entonces mordí el anzuelo, me metí de cabeza como meto el pan en la salsa cuando todavía está en la olla a punto de ebullición.

“Los sorrentinos” (publicada en Chile por el sello Laurel) es una novela breve de la argentina Virginia Higa (radicada actualmente en Suecia, quien tirando del hilo de su descendencia, construye un relato sobre su familia inmigrante italiana de Sorrento, que llegó a Argentina a principios del siglo XX y se radicó en la ciudad de Mar del Plata creando una de las trattorias más emblemáticas de la costa. Toda la narrativa, entonces, estará contada hacia atrás, haciendo justamente un racconto de cómo este clan -peculiar e voluntarioso- superó el desarraigo a fuerza de muchísimo trabajo y pasó al estrellato por convertirse en -según dicen-, los inventores de este plato de pasta rellena tan tradicional en nuestro país.
Chiche -el hijo menor, el que toma la posta en el restaurante y el frontman – será el protagonista, aunque detrás de él, aparecerán otros tantos que funcionarán como el andamiaje perfecto para sostener un relato sin fisuras.
Yo no soy chef, pero me las arreglo bastante bien en la cocina y sé que para que unos sorrentinos salgan a la altura de las circunstancias hay tres claves fundamentales. La masa debe ser fresca y -sobre todo- firme, el relleno debe ser generoso y la salsa que acompañe, en un equilibrio perfecto entre la liviandad (para no opacar) y la textura, para no perder protagonismo.
Debo decir que Virginia Higa (Bahía Blanca, 1983) ha sabido trasladar estos puntos claves de esta receta a su texto, consiguiendo que degustemos el plato literario satisfechos y en pocos bocados. Y paso a explicar por qué.
La “narrativa del yo” es difícil de manejar. Esa información que tenemos a mano por ser harto conocida, ese relato que repetimos (y nos han repetido) muchas veces sin detenernos a separar la paja del trigo, ese material con nombres y apellidos que nos rodea suele ser una tentación para llevar a la literatura porque a nosotros, como protagonistas o testigos directos, siempre nos ha conmovido. La historia de cómo los abuelos llegaron al país, la vida de una tía abandonada por amor, y así sucesivamente. Pero en ficción sucede que aquello que nos pasa en primera persona suele no importar al resto de los mortales. Sin embargo, cuando la mirada y el oficio de la escritura observa con detenimiento y encuentra que esa historia familiar no es en sí merecedora de una narración, pero sí la puerta de ingreso a un gran relato, la sustancia para conseguir una alquimia, la materia prima para la ficción -como dice la autora Laura Alcoba- ahí sí cambia la ecuación. Virginia Higa es descendiente de una familia inmigrante italiana. Y no solo eso, es descendiente del apellido (por parte de su madre) de quienes consiguieron crear en Mar del Plata una de las trattorias más reconocidas en la costa por jactarse de haber inventado la receta de los sorrentinos. Higa tiene esto como materia prima, pero en lugar de narrar tal cual fueron los hechos, los transforma, transgrede su memoria, achica, agrande, exagera, al fin de cuentas crea un relato donde los personajes toman un papel fundamental. Y aparece en entonces Chiche, el hijo menor, el que toma el mandato y escribe el futuro, que nunca sabremos cómo fue, pero que la autora lo convierte en un personaje inolvidable. Un italiano con memoria insoportable, amante del cine, un chismoso, un clown que incluso sin desearlo hace reír a quienes lo rodean, que ha sabido incluso inventar un vocabulario propio, repleto de neologismos que describen el mundo que lo rodea. Entonces, en la novela, Chiche es “catrosho”, distingue quién es “carpi” y quién no y sabe cuándo alguien hace una “mishiadura”. Nadie termina de entender a Chiche, o quizás sí y por eso lo aman y se sienten convocados a su restaurante para que cuente una y otra vez las mismas historias.
La narrativa familiar puede ser, a veces, un fiasco por aburrida, pero aquí, es la masa fresca y firme que sostendrá todo.
El tío “Chiche” declara en la fundación de los sorrentinos, que esta pasta sólo puede estar rellena de jamón y queso. Que no vengan con calabaza con hongos, ni espinaca con ricotta ni la mar en coche. Que los sorrentinos son y serán como ellos los han creado. A mí, la verdad, no me disgustan las variedades de sabores aunque sí creo que algo debe quedar claro, el relleno debe ser abundante. Y si la narrativa familiar es la masa firme, entonces el humor es el corazón del relato que se devora en segundos y que atraviesa de principio a fin esta novela. Quizás como estrategia narrativa, quizás por puro instinto, quizás por llevarlo en la sangre, lo cierto es que la autora ha sabido aprovechar con creces algo que los italianos tienen a pedir de boca: la capacidad de mofarse de ellos mismos. Por eso la ironía y el sarcasmo son las coordenadas para describir este clan familiar, que como tal, tiene especímenes de lo más singulares con una abundancia de detalles para enumerar. Y así vemos pasar, gracias a un relato en tercera persona que no pierde pormenores, a la tía fanfarrona, al hijo señalado, al sobrino olvidado, a la soltera enamoradiza, al amigo que ya es familia y así, hasta el infinito.
No es fácil usar el humor para tamizar un relato familiar, pero Virginia Higa lo ha equilibrado de tal manera que es el hilván que une los recuerdos y los convierte en un collage impecable.
Por último, dijimos también que la salsa de unos buenos sorrentinos debe ser liviana y al mismo tiempo con cuerpo para acompañar el relleno. Si hay algo ligero y también contundente en este libro es, justamente, la trama. ¿Qué se narra en Los sorrentinos? Podríamos decir muchas cosas: la historia de la inmigración italiana en Argentina, la vida de un hombre que lleva adelante un restaurante como mandato familiar, el devenir de una trattoria en Mar del Plata. Las opciones se presentan como un caleidoscopio porque, al fin de cuentas, eso es lo que es. Virginia Higa ha sabido meter en la olla de la literatura ingredientes que por separado pueden funcionar siendo protagonistas, pero juntos consiguen convertirse también en aquello que contiene, aquello que se fusiona y logra dar consistencia. La trama de “Los sorrentinos” (traducida al italiano, portugués y francés) se mueve ágil, liviana y al mismo tiempo nos interpela, nos invita a preguntarnos qué hay detrás de esos personajes que aparecen y se van, pero que sabemos que están del otro lado del mostrador preparando el banquete, pero solo nos cuentan de ellos algunos de sus secretos.
Quizás la autora, y antes Chiche y antes sus padres nos hayan mentido y en realidad los sorrentinos no son un invento de la familia “Vespolini”. Sin embargo, cuando termine el plato de “Los sorrentinos”, lo invito a conocer entonces la verdadera trattoria de su familia (que en realidad se llama Trattoria Vespoli) que sí existe y es una de las mejores de Mar del Plata. Cuando vaya, tal vez recuerde este comentario, se acuerde de sus personajes y también de cómo le adelanté que sería una exquisitez.