Abrimos nuestra temporada de lectura compartiendo un fragmento de la nueva novela de Gloria Casañas, un relato que rinde tributo a Louisa May Alcott y su emblemática novela. Cabe destacar que el 23 de enero se estrenará en las salas de todo el país una nueva producción cinematográfica de esta gran historia sobre las populares hermanas March.
LA HERENCIA
Concord, Massachusetts, año de 1888
“Seré rica, famosa y feliz antes de morir.”
Sobre la tierra fresca podía advertirse la suave ondulación que abrigaba el cuerpo del padre, en esa pendiente donde la primavera susurraba entre la hierba. El aroma de los pinos embargó a las dos siluetas solitarias que arribaron a la colina tomadas de la mano. Parecían sostenerse una a la otra, a pesar de la diferencia de edad. La mujer viuda, sobria en su vestido gris, lloraba en silencio a la hermana que por años los sostuvo a todos. La pequeña de cabello ensortijado añoraba a la que fue su segunda madre: su querida tía “Weedy”.
Anna respiró hondo para serenar su espíritu y alzó los ojos castaños al cielo diáfano.
—Yo cuidaré de ella —murmuró.
—¿Qué? ¿Qué dijiste, tía?
La mujer miró con ternura a la niña, cuyos rizos rubios le traían el recuerdo de otra hermana, muerta años antes, en la vieja Europa.
—Que vamos a estar juntas, mi cielo, como la tía Louy quería.
Lulu sabía muy poco de la vida a sus ocho años, en cambio la muerte le había dado lecciones tempranas. Louisa May Nieriker, a quien apodaron Lulu, jamás pudo acurrucarse en el seno de su madre artista, la vivaz Abigail May. La joven murió de fiebre puerperal cuando la niña contaba apenas semanas. Fue su última voluntad que el padre llevase a su hijita a Concord, al viejo hogar del que May se había marchado un día en pos de la belleza plasmada en cuadros, esculturas, grabados y dibujos. Recibir a Lulu en casa fue como encontrar de nuevo a May en un retoño de aquella joven inquieta y alegre, cautivadora y caprichosa. Pobre May, morir tan lejos de la familia… Anna ocultó una lágrima en las puntillas del pañuelo. Creía que no tendría fuerzas para llorar, después de haber enterrado a su padre el día anterior, pero la pérdida de su hermana segunda había cavado un hueco profundo en su corazón. De las cuatro que eran, sólo quedaba ella.
Y Lulu. Y los dos varones que su esposo le había dado. Eran toda su herencia.
En la paz balsámica del cementerio, un cuervo graznó desde una lápida cercana y Anna lo miró, de pronto inspirada por una idea repentina. Su hermana le había contado que una vez, siendo niña, en una de las tantas crisis familiares, había trepado la colina del bosque circundante presa de angustia y con deseos de llorar, y entonces el graznido de un cuervo desató en su pecho el ímpetu de sobrevivir pese a todo y contra todos. Le había dicho que blandió el puño en alto y juró aquel día que nada la detendría. Anna no pudo reprimir una sonrisa. Así era ella, daba batallas que parecían perdidas.
—¿Eres tú, hermana?
Si había un ser apropiado para encarnar el espíritu de Louy, ése era sin duda el oscuro, audaz e inteligente cuervo. Más aún que las lechuzas que a May le gustaba pintar en el marco de la chimenea. Las dos hijas talentosas de la familia se habían ido a la Ciudad Celestial de la que les hablaba el padre, embebido de las virtudes del Peregrino.
Anna oprimió la mano de Lulu y la animó a dejar sus florecillas. La niña avanzó, con el faldón del abrigo rozando sus piernas y la expresión seria y determinada que tan bien le conocían. Se inclinó y dejó junto a la modesta tumba alineada con las otras un ramillete de violetas. La brisa despeinó sus rizos sujetos por una cinta azul, el color favorito de su madre muerta.
—Ya está —anunció triunfal, y se refugió de nuevo en la mano de su tía.
—Vamos a casa, entonces.
Comenzaron a descender la colina de Sleepy Hollow saboreando la despedida, que no debería ser amarga, puesto que habían vivido y eso era lo que contaba. Pasaron junto a la tumba de Ralph Waldo Emerson, el mejor amigo de su padre y mentor de su hermana.
—¿No te queda ninguna flor para este hombre amado, Lulu?
La niña rebuscó en el bolsillo de su abrigo y extrajo dos lirios del valle. Era la flor que Louy habría elegido. Anna acarició sus pétalos e inspiró hondo. Era también la flor con que su difunto esposo la había llevado al altar. Depositó el chamuscado ramo al pie del monolito tosco y sencillo donde reposaba el pensador que inspiró a toda una generación y había apoyado a su familia la vida entera.
Siguieron a paso lento entre las tumbas memorables, salpicadas entre árboles y flores que crecían con libertad en el cementerio. Thoreau, Hawthorne, allí reposaban sus vecinos y amigos de Concord, la gente con la que ellas habían crecido, jugado con sus hijos y departido en tantas tertulias interesantes. Mientras continuaban su camino hacia Bedford St., Anna tuvo tiempo de pensar mucho acerca de lo que les tocaría vivir en adelante. Ella era una mujer mayor y viuda, por añadidura, con dos hijos ya muchachos. Su hermana no los había abandonado ni en la muerte, al adoptar a uno de ellos para convertirlo en su heredero, pero ella debía velar por la hija de May y sobre todo, pensó ilusionada, lograr que aquella niñita conociese la verdadera historia de la familia, su pasado, sus alegrías, la forma original en que habían convivido bajo distintos techos, siempre unidos y con las virtudes del Peregrino por delante.
Al llegar a la reja del camino, Anna se detuvo y encaró a Lulu con una sonrisa.
—¿Sabes, querida? Louy se ha ido, pero nos ha dejado una misión. Lulu miró a su tía con el ceño fruncido en señal de preocupación. Era algo caprichosa, pues tenía a quién salir, pero también un carácter impulsivo capaz de actos generosos.
—Eres la más pequeña, y la única mujer de sus herederos. Tanto tu abuela como tu tía fueron ardientes defensoras de la libertad de las mujeres. Creo que te toca recordarlas y conservar ese recuerdo como un tesoro en tu memoria, para que otros también puedan conocerlo. ¿Te parece que podrás con eso, Lulu?
—Sola no puedo, tía.
La madura expresión de la niña arrancó una risa espontánea a Anna, la primera en mucho tiempo.
—¡Claro que no! Yo te ayudaré. A partir de hoy te iré contando retazos de recuerdos, para que queden en tu cabecita. Y leerás los libros de Louy, donde nuestras vidas quedaron reflejadas. Verás qué bien la pasaremos juntas.
—¿Y papá vendrá?
La sola idea apagó la ilusión de Anna, pues el joven Ernest Nieriker había obrado con generosidad al cumplir la voluntad de May y separarse de Lulu, pero ahora que la niña había quedado huérfana por segunda vez quizá quisiese llevarla con él a Europa. Era una ambición legítima y Anna no podría oponerse.
—Si viene a buscarte, igual estaremos juntas el mayor tiempo posible, y quién sabe, Dios tal vez se apiade y nos permita compartir otro tiempo, mi vida. Vamos a alegrarnos mientras podamos, como dijo tu tía.
Prosiguieron la marcha con el espíritu ligero, reconfortándose en el recuerdo de los nombres que las unían: Lizzie, Abba, May, Bronson y ahora Louy. Que hubieran partido a la Ciudad Celestial no significaba que no estuviesen entre ellas en ese momento, presencias calladas e insistentes, con sus espíritus encarnados en la naturaleza misma que las rodeaba. Ésa había sido la creencia de Bronson, el padre y abuelo, la de Emerson y Thoreau también: la naturaleza redentora del alma humana. El mismo cementerio que pisaban, Sleepy Hollow, era el resultado de aquellas ideas trascendentales, un sitio que no fuese sombrío sino la evidencia palpable de la inmortalidad. Anna era la mayor y la más apegada a las convenciones sociales, sin embargo, a medida que crecía en el seno de aquella familia comprometida con la reforma y la vanguardia del pensamiento, muchos aspectos superficiales de su carácter se fueron modificando. En cierto modo, era el espíritu de la familia el que ahora sobrevolaba a sus últimos supervivientes. Anna era la única de las mujercitas que quedaba, y si antes no había hecho nada destacado, salvo ser obediente y amar a los suyos, ahora veía ante ella la posibilidad de perpetuar la historia familiar.
—Hoy te contaré sobre nuestra Marmee, para que conozcas la cepa de la que provienes, Lulu. Tu abuela fue el tronco del que todas florecimos. Y en especial, la confidente de tu tía Louy. La entendía mejor que nadie.
—Marmee… —paladeó la niña mientras sus pies seguían una línea imaginaria en el camino sombreado de olmos centenarios.
Atrás quedó la pequeña lápida con las iniciales L.M.A., la más reciente en la tierra removida, junto a las otras que formaban el círculo familiar, todas con iniciales, señal de modestia y de virtud. En la dorada colina de Sleepy Hollow, Louisa May Alcott descansaba por primera vez de sus dolores y fatigas. Alcanzó la paz celestial el 6 de marzo, siguiendo la invitación de su padre, fallecido cuarenta y ocho horas antes.
Ella lo había profetizado en su último poema:
¡Canta, alma feliz! Y cantando elévate
La carne cansada ya no te encadena
Tus alas han roto la celda estrecha
Y el azul sin fin del cielo es libre
Pero mira agradecida hacia atrás
Hacia la vida para siempre concluida
Pues incluso siendo un pobre gusano ciego
Has tenido tu porción de sol y de sombra.
Y así se forjó el legado.
Sinopsis de la novela
A mediados del siglo XIX en Concord, un histórico pueblo de Massachusetts, los vecinos son ilustres pensadores en la época: Emerson, Thoreau, Hawthorne, y entre ellos la familia Alcott, cuya segunda hija, Louisa May, acaba de saltar a la fama literaria con una novela juvenil.
Hasta allí llega Analisa Clemens en compañía de su tía, huyendo de la Guerra de Secesión.
Lectora empedernida, Analisa busca refugio a sus pesares en los libros, y halla una extraña coincidencia entre sus sentimientos y los de las hermanas March de la famosa novela «Mujercitas».
Un manuscrito que descubre aspectos insospechados de la vida en Concord le demuestra que aquel lugar no es el apacible pueblo blanco que parece, y la intriga por saber a quiénes se refiere el anónimo autor de esas páginas la conduce a la gente de las colinas y a Justin, un joven de carácter y modales por completo opuestos a los de su antiguo prometido.
Su afán de vivir aventuras la empuja hacia Orchard House, la casa de las «mujercitas» de la novela. En ella, Analisa encuentra no sólo la respuesta a sus incógnitas, sino una revelación que cambiará su vida para siempre.
Sobre la película
El 22 de enero se estrena la sexta versión cinematográfica de «Mujercitas». El ambicioso proyecto guionado y dirigido por Greta Gerwig, cuenta con un elenco de jóvenes figuras estelares como Timothée Chalamet, Saoirse Ronan, Emma Watson, Florence Pugh y actrices de trayectoria como Meryl Streep y Laura Dern.
Aquí el trailer de uno de los filmes más esperados para estos primeros meses de 2020.
¿Sabías que Penguin Random House lanzó un versión especial de la famosa novela de Louisa May Alcott? «Mujercitas» con tres portadas distintas, para coleccionar