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#LecturasDeVerano: «El reloj, el beso y los azahares» (cuento inédito)

Durante todos los jueves de enero y febrero, publicaremos fragmentos de novelas o cuentos inéditos de autores/as  nacionales. Hoy abrimos con este texto de Fer Pérez, un relato ficcional inspirado en Alfonsina Storni y Horacio Quiroga. 
¿Amor o amistad? ¿Qué unía a estos dos escritores? 

Autora: Fernanda Pérez

Horacio

Querida mía, te escribo, aunque es probable que esta carta nunca llegue a tus manos. Igualmente he de confiarla a un enfermo del hospital, uno al que le leo por las noches mientras sufre el dolor de un cuerpo deforme y cubierto de llagas…Pensarás que he de enviarte un mensajero de aspecto monstruoso, pero era de esperar que así lo hiciera. Sabés de mi fascinación por el espanto.

Te escribo solo para sentirte cerca. Tengo la certeza de que jamás vas a leer estas líneas. Pero si llegaran a tus manos, quisiera preguntarte algo, una duda maldita que ha carcomido a mi corazón durante mucho tiempo: ¿Por qué no viniste conmigo cuando te lo pedí? No quiero que me digas que ese pintor te retuvo bajo la excusa de que yo era un loco al que no valía la pena seguir; ni tampoco quiero que repitas lo de tu temor a la selva y a la soledad, del pavor que te producen la lejanía y las aguas oscuras del río. No quiero que hablemos de tu delicada salud, ni de esos compromisos que nos ataban por aquellos años…. Quiero escuchar la verdad, la otra verdad. Porque te he extrañado cada noche. Porque no hay paisaje que no me lleve a tu boca, a tus manos, a tu piel, a tus ojos…

¿Es que lo nuestro no era tan valioso como para seguirme?

Tal vez ya no sea tiempo de reclamos….

Quiero que sepas que llevo el reloj siempre conmigo, que aún recuerdo el efecto de ese beso.

Horacio.

P/D.: ¿Tienes idea a qué sabe el cianuro?

Norah

Mi madre solía decir que cuando el aroma a azahares llega así, como de la nada, es que está por desatarse un amor… Y yo lo percibí. Aquella tarde estábamos en la casa de Emilio. Una reunión como las de siempre, de escritores, pintores, artistas… Primero llegó ella, con esa mirada de inocencia perturbadora, con ese don natural para romper los cánones con sutileza. Luego apareció él. En cuanto pasó la puerta, los azahares impregnaron mis sentidos. No había flores a los alrededores, pero juro que yo los percibí.

Tomó una silla, y sin reparos corrió a unos y a otros para sentarse junto a ella. No disimuló sus intenciones. Alfonsina lo miró de un modo… Le gustó que transgrediera las normas para cumplir su objetivo. Le gustó su desenfado y actitud. En algún punto se parecían demasiado. Y a eso también lo decía mi madre: “quienes se parecen demasiado y se buscan, terminan mal”.

Se enredaron en una charla de dos, de esas en las que no hay cabida para nadie más. Yo me esforzaba por oír lo que hablaban. Él era un relator magnífico, lograba transformar su vida de locura y muerte en una ficción apasionante. Quien puede envolver con palabras a un lector, también puede envolver con palabras el corazón de una mujer inteligente.

Los observé un buen rato e intuí el deseo, la tragedia y la eternidad.

A nosotros nos gustaban los juegos, desafíos intelectuales que terminaban en prendas. Él perdió a propósito, era una consigna sencilla para alguien con sus luces. Y para llevar a cabo el supuesto “castigo” la eligió a ella. Debían besar al mismo tiempo un reloj cadena, sus labios no debían tocarse, aquel objeto era la frontera de lo indebido. Pero Horacio, aunque de porte desgarbado, era hábil y veloz como una gacela. En cuanto vio la boca de Alfonsina cerca, corrió el reloj. No le dio tiempo a que lo esquivara, y allí quedaron los dos: enlazados en un beso. No fue breve. Algunos de los presentes tosieron con pudor ante el exceso.

Al separarse ella no se avergonzó, le sonrió con picardía. Al separarse él no se avergonzó, la miró con adoración.

Con el tiempo corroboré que aquello de los azahares era cierto.

Alfonsina

Morir como tú, Horacio, en tus cabales / Y así como en tus cuentos, no está mal / Un rayo a tiempo y se acabó la feria”.

Escribo estos versos despidiéndote Horacio, ya no vas a leerlos, pero igual es la manera que he hallado para decirte adiós. Te despido y siento que tal vez sea mi propia despedida. Porque esta enfermedad maldita no se aleja, porque creo haber vivido ya lo suficiente. ¿Qué deudas pendientes podrían quedarme si ya lo he hecho todo? Fui la camarera y la maestra; fui la actriz que recorrió el país con una compañía. Fui la mujer que peleó por un puesto que estaba destinado a los hombres. Fui la escritora, la poeta, la amiga, la amante, la madre, la adelantada, la feminista…. Fui tu otra mitad Horacio. Nunca me trataste con inferioridad, siempre me diste un lugar valioso… A veces me daba temor tu mirada. Me habías endiosado más de lo que merecía.

Recuerdo las salidas al cine y las tertulias, recuerdo los viajes y esa forma tan tuya de escabullirte y esperarme afuera de las conferencias y presentaciones. Nadie entenderá jamás qué nos unía realmente. ¿Amor? ¿Deseo? ¿Admiración?… Mejor no lo develemos nunca, dejemos que murmuren. Que quede en la historia el misterio de lo que fuimos o tal vez no fuimos jamás.

Acércate, poeta; mi alma es sobria / de amor no entiende -del amor terreno-/ su amor es más altivo y es más bueno”.

Una vez me preguntaste si esos versos eran para vos. No te respondí. Preferí el misterio. 

Pero hoy sí te escribo Horacio, porque te has ido, así, por decisión propia. Tan a tu manera de hacer las cosas. Como la vez aquella que te fuiste a Misiones, me rogaste que te acompañara y yo no te seguí. El tuyo era un espíritu libre y te marchaste. El mío era un espíritu libre y me quedé…

Sonrío al recordar cada una de tus locuras, en especial aquel juego de las prendas con el reloj cadena. Supe de tu intención antes de que la ejecutaras…. Ese beso… Hubo un antes y un después de ese beso. En ese instante, te adoré. Recuerdo que durante el regreso, Norah me dijo no sé qué tonteras de los azahares y los amores. Yo lancé una carcajada. Ella también. Sin embargo creo que ese día las estrellas trazaron nuestros destinos.

¡Ay Horacio!, no salgo del dolor por la noticia. Quisiera preguntarte por qué lo hiciste. Quisiera preguntarte a qué sabe el cianuro. Quisiera saber en qué pensaste en los segundos previos a lo irreversible. Pero para qué… Te has ido de acuerdo a tus reglas. Decidiste el día, la hora, la forma. Nada de que la muerte te sorprenda con los años viejos y la mente loca. Y me gusta Horacio, me gusta que una vez más hayas demostrado que eras el dueño de tu vida y tu destino. Hasta en eso nos parecemos….

Quiero confesarte algo: yo también decidiré por mí. No será esta enfermedad la que me imponga sus términos. Me he cansado del dolor y la agonía, me he cansado de esperar la muerte, dócil como una oveja. Yo no soy una oveja que come pasturas en el rebaño, soy más bien una loba sin manada, una loba dispuesta a atravesar la oscuridad.

Dientes de flores, cofia de rocío / manos de hierbas, tú, nodriza fina / tenme prestas las sábanas terrosas / y el edredón de musgos escardados”. 

He pensado tanto en el mar en estos días…

He pensado en caracolas, he pensado en la luna y en las constelaciones…

He pensado en todo lo vivido y he pensado que lo nuestro valió la pena

Adiós, Horacio. Ya no habrá cartas ni encuentros. Ya no habrá viajes ni coincidencias… O sí, tal vez este espíritu libre vuelva a viajar para encontrarte.

 

Notas de la autora

El escritor uruguayo Horacio Quiroga murió el 19 de febrero de 1937. Bebió un vaso de cianuro en el Hospital de Clínicas de la ciudad de Buenos Aires, tras enterarse de que padecía cáncer de próstata.

La poeta y escritora argentina Alfonsina Storni murió el 25 de octubre de 1938. Fue diagnosticada con cáncer de mama. La enfermedad y los dolorosos tratamientos la devastaron. Finalmente se instaló en Mar del Plata donde decidió quitarse la vida arrojándose al mar.

Norah Lange fue una novelista y poeta argentina de vanguardia. Se casó con Oliverio Girondo. Participaba de las reuniones de intelectuales y escritores a los que también asistían Alfonsina Storni y Horacio Quiroga. Ella fue quien relató la anécdota del reloj.

Sobre Fernanda Pérez 

Fernanda Pérez es escritora, periodista y docente. Durante casi veinte años se desempeñó como periodista
cultural en el diario La Mañana de Córdoba. Actualmente coordina la plataforma Babilonia Literaria y ejerce
la docencia en el Colegio Universitario de Periodismo. También dicta talleres y charlas vinculadas a la
literatura y a la cultura en diferentes espacios, y produce ciclos y actividades que fusionan la literatura con
otras disciplinas artísticas. Es autora de las novelas históricas Las maldecidas, El Sacramento, Los paraísos perdidos, La piel no olvida y del manual Cómo escribir una historia de amor, de edición exclusiva en
formato digital. Publicó, además, las novelas contemporáneas Una mujer con alas y Nunca te olvidé. Es parte de las antologías Ay, amor, Ay, pasión y Ay, pecados publicadas por sello Plaza & Janés.

 

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