Acaba de llegar a las librerías “La entrega”, la nueva novela de la escritora cordobesa Perla Suez, referente argentina en el mapa internacional literario. Un libro que pone sobre la mesa una historia difícil, violenta atravesada por la trata de personas. Después de su presentación en Buenos Aires y en la previa del evento en nuestra ciudad, Suez habló con Babilonia sobre la génesis del relato y, de paso, nos dio una hermosa lección de escritura.
Perla Suez es una mujer menuda y de hablar pausado. Las palabras, al salir de su boca se mueven livianas y van por el aire tranquilas pero contundentes, como si aquello que me responde lo hubiera estado pensando desde mucho tiempo atrás y, sin embargo, se lo pregunté hace apenas unos minutos. Desconozco si Perla será así siempre (con sus familiares, sus hijos, sus nietos, cuando quizás tiene un mal día o un problema), pero lo cierto es que cada vez que compartimos tiempo y espacio, su forma de expresarse fue igual y estuvo colmado de una serenidad tal, que permiten que aquello que dice me llegue como un bálsamo, a pesar que muchas veces esas mismas palabras son oscuras, brutales o remitan a lo violento del mundo.
Como su literatura.
Hace varios años, luego de una charla casual, le pregunté -de chismosa (y lectora)-, si estaba escribiendo algo. Me dijo que sí, que tenía hacía tiempo una imagen en su cabeza; una escena potente, terrible, que guardaba en su interior -o al menos eso sentía ella-, una historia tan sórdida como inolvidable. No recuerdo bien sus palabras en aquella ocasión, pero me habló de una niña sola, hermosa, que era raptada y que sólo la veía correr. Me lo dijo también en tono pausado, lento, amable, como si no me estuviera contando la antesala de una tragedia y si eso no lograra desatar en mí infinitas fantasías y preguntas. ¿Quién era esa niña? ¿Qué le había pasado? ¿Quién la buscaba? Nunca más le pregunté.
Así es la narrativa de Perla Suez – la de niños, adolescentes y también la de adultos, que le ha permitido conseguir distinciones como el Sor Juana Inés de la Cruz en 2015-, una piedra de apariencia pequeña y suave que cuando se tira al agua llega al fondo más oscuro que podríamos conocer.
En el marco de presentaciones en Buenos Aires y Córdoba (será el 6 de junio en el Palacio Ferreyra), Perla Suez se hace un alto y charla con Babilonia sobre “La entrega” (Edhasa) esta contundente novela y nos regala no sólo la génesis de la historia, sino también una pequeña lección de escritura.

– Siempre partís de una imagen para desarrollar una historia. ¿Cuál fue esa imagen contundente que viste y que permitió tirar del hilo para construir el relato?
-Es una pregunta interesante porque tiene que ver con la información no sólo de la literatura sino del cine. Yo creo que, si bien la literatura en sí misma no es imágen, cuando uno construye o trabaja en un texto disciplinadamente: con personajes, paisajes, naturaleza, con una trama y está buscando encontrar un conflicto, necesariamente aparece esa imagen, esa visualización que es el detonante, el preanuncio para encontrar al narrador -que es el protagonista principal de una historia-. En este caso la primera imagen que me apareció, no como una aparición, sino como un detonante de un conflicto muy fuerte, que tenemos en todo lo largo de la literatura argentina y de nuestra historia política social, y que es la violencia. Apareció la imagen de una niña, delgadita de unos 14 años que se escapa de un viejo que está controlando, de un tipo en una casa extraña, a la hora de la siesta y se va escapando arrastrándose por un campo de sorgo. Y la primera pregunta que me hice fue: ¿por qué una chica de 14 años escapa? ¿de quién escapa? ¿De su casa, de sus padres, de la sociedad? Y ahí apareció la imagen de un tipo muy violento que la busca y entonces dije: escapa de un burdel.
– ¿Ahí empezó todo?
– A partir de ese foco irrumpe en la novela la problemática y ahí empiezo el trabajo disciplinado de ir encontrando el camino, la acción de esa niña para escapar de las garras de esos violentos, corruptos, los cuales abundan en sociedades de todo el mundo. Lamentablemente la problemática más grande que estamos viviendo las mujeres y los niños y hombres esclavizados es ésta, estamos en manos de un poder corrupto que de alguna manera siempre está insistiendo para destruirnos, ¿como seres para la muerte? pareciera que sí.
– Hablás como si hicieras cine
– Es que vengo de la formación del cine, de la escuela de Santa Fe que fundó Birri (Fernando), y tuve los mejores profesores que me enseñaron a leer una imagen. Así también, en la lectura que hago hay imágenes que no se van a borrar nunca: de Chéjov, de Faulkner, de Homero, Shakespeare que han encendido una brasa en mí. Yo necesito de alguna manera pensar en esos grandes escritores y esas influencias están y de ahí arranca mi búsqueda.
La claridad literaria es una forma de enigma y en esa búsqueda estoy cuando arranco con una historia, aunque no sepa hacia dónde voy.

Lo extraordinario, allí donde nada sucede
“Después de todo era una niña de 14 años que estaba volviendo a su casa. Había visto cuando el Toyota dobló la esquina y subió a la vereda. No entendía en qué momento se abalanzaron sobre ella y la metieron en ese auto de vidrios polarizados”.
Así comienza «La Entrega», que se mete en una problemática que todos preferimos hablar de oído porque no soportaríamos meternos en el barro de sus causas. La trata de personas siempre parece ser el tema de otros: de los marginales, de los que viven en las fronteras, de los pobres, de los descuidados. De allí la contundencia de esta trama cuando Evelin, una chica de clase media, querida, cuidadosa, es raptada por una red. Todo ocurrirá en Villaguay, Entre Ríos, un terreno conocido por Suez donde también sucedieron otras de sus novelas como la trilogía compuesta por “Letargo”, “El arresto” y “Complot”.
– Esta novela te lleva otra vez al Litoral, ese territorio camino a la frontera que tanto conocés, ¿por qué ubicar una vez más allí la narración?
-Creo que tiene que ver con que pasé mis primeros 15 años de vida en esta tierra verde y negra al mismo tiempo. Donde hice mis primeras tortitas de barro, donde caminé por el camino de los gatos, donde jugué y tenía la libertad que ahora es imposible de imaginar para un niño. La libertad de andar de noche buscando bichos de luz en un frasco, por ejemplo. De volver a la escuela sola. Todo lo que hoy no se puede tener por la violencia que estamos viviendo, lo tuve y lo añoro, y de alguna manera me marca. Fue tan fuerte la infancia -desde el punto de vista de todos los sentidos-, mi camino de formación vinculada a la mejor gente, los juegos y la vida en libertad, que no puedo irme de esa tierra y no volver inmediatamente. He intentado escribir desde Córdoba, donde nací y pasé la mayor parte de mi vida, pero no, hay algo de esta tierra que me atrae. Es, como diría Peter Brook, “el carbón al arder”. Y en la literatura arde en mí y brilla de una manera tan fuerte que no me puedo despegar.
– Te metés en un tema complejo, con muchas aristas, doloroso, que nos vuelve impotentes, ¿Desde dónde observaste estas problemática para convertirla en novela?
-Los temas oscuros, como los que plantea mi novela, no son en sí mismos dignos ni son literatura. La problemática de Evelin, de su madre, los vínculos familiares destruidos, en realidad hacen a la consciencia narrativa sin que eso sea suficiente en la literatura. Porque si yo les cuento una historia lineal, no hace falta pensar o repensar la historia desde la claridad literaria, que es una forma de enigma. La literatura no necesita ser comprobada, el texto siempre es un espacio/tiempo de desposesión en el que se habla desde otra voz. La voz del narrador manda, pero también hay un autor que maneja los hilos, teje, arma la estructura para encontrar ese narrador que es el protagonista y avanzar en la historia. La acción es fundamental. El conflicto también, pero lo más importante para que sea leído como ficción es que el compromiso del lector, la posibilidad de que queden abiertas las puertas de la obra que sea para que el lector decodifique la sospecha. Hay siempre una sospecha dentro del texto y es el lector quien tiene que procurar develar el misterio.
– Entonces, ¿desde dónde observaste estas problemática para convertirla en novela?
-En el caso de esta historia, el trabajo de ir armando ladrillo por ladrillo, toda la albañilería, el andamiaje se construye cuando la realidad y la ficción se articulan y trabajan una trama, donde el paisaje es parte también de la atmósfera, del clima que viven estos personajes. Yo siempre dije que los libros que resisten al tiempo, como los clásicos, nos constituyen y no sé bien hasta dónde mi propia escritura, esa lectura, está incorporado en este relato, cuánto hay mío en ese texto. Vuelvo a citar a Brook y lo del libro que tiene que ser carbón al arder. Cuando un libro es realmente entrañable , cuando la máquina de ficción alegórica es capaz de convocarlo para que pueda pensar, seguramente lo va a quemar, va a entrar en combustión y le va a hacer crear nuevas ideas y que, por su sola existencia, anulan el vacío. Leer un libro lineal, donde hable de la felicidad, donde repita una historia que todos conocemos, no vale la pena porque es apuntar más el espacio vacío.
Yo creo que la literatura tiene que dejar la posibilidad al lector para que entre en combustión, para que pueda recrear, repensar, que pueda embaucar con la historia que le conté y hacer su propio camino.
-Al mismo tiempo, la trata siempre parece un tema de otros: de los que no tienen nada de nada, de los que están metidos en conflictos, de los que no saben cuidarse. ¿Qué viene a poner sobre la mesa “La entrega”?
-El oficio de escritor es también un modo de resistencia. Creo que el intento que pretendí era no repetir lo que estamos leyendo en las redes, en los medios, como crónica de lo que pasa de hechos similares, de tantos casos que hay de trata en el mundo. El permanente desafío en el trabajo -que me llevó mucho tiempo, lo cual no justifica que la novela sea buena o mala por eso-, era todo el tiempo confrontar, impulsarme a encender la mente y decirme: eso no porque ya fue, acá tiene que pasar otra cosa. Leer entre líneas lo propio, porque es muy difícil.

-Ya desde la sinopsis hay una vinculación entre sociedad y naturaleza. Anticipamos entonces una trama con movimiento, de miradas contrapuestas, ¿cómo fue balancear esas voces que conviven en un mismo universo?
-Fui descubriendo primero la llanura verde donde pasé mis primeros años de infancia, donde amasé las primeras palabras, y ese espacio que aparentemente da la sensación de vacío y donde parece que podemos perdernos a mí me hizo trabajarlo de manera tal para que eso no ocurriera. Como decía, en la literatura puede haber obras que estén bien escritas y permitan una lectura lineal, pero otras que nos llevan a interpretar, a disentir, apropiarnos del sentido y eso es lo que pretendo con la esta historia. No sé si lo logro, está en ustedes decirlo. ¿En esta novela le damos la posibilidad al lector de que dé rienda suelta a la imaginación? ¿En esa llanura donde nada aparentemente parece ocurrir, en ese pueblo de Villaguay se abren las puertas a la invención? Ese era el gran interrogante.
-¿Cuáles fueron las partes que más estuvieron en tensión dentro tuyo al escribirla?
– Lo que se pone en cuestión son los vínculos y las relaciones en una familia de clase media y cómo un hecho como lo es la falta de dinero puede llegar a destruir de a pedacitos todo lo construido, los afectos, todo. Muy argentino todo eso, lo de la plata como el valor principal, porque es cierto que sin dinero no vamos ni a la esquina, pero hacer de eso el centro de nuestra vida nos destruye. Siempre en mi trabajo con palabras intento ir descubriendo ese territorio que me lleva a encontrarme con un universo de posibilidades infinitas. Y en esa llanura donde transcurre la acción, donde nada parece ocurrir fue, sin embargo, donde se me abrieron un montón de interrogantes.
Yo intento que al lector se le abra el camino a explorar. Se me ocurre ahora una cosa que escuché de mi padre que decía que no estaba de acuerdo con Calderón de la Barca de que “la vida es sueño” y que los sueños, sueños son, porque la vida no es sueño, sino aprender a despertar.