«Con ´El buen mal´ me preguntaba: ¿cuáles son esas fuerzas que llegan para poner todo en jaque».

La escritora argentina, una de las referentes internacionales de la literatura contemporánea nacional, pasó ayer por Córdoba para presentar “El buen mal”, su último libro de cuentos. En medio de esta visita, dialogamos vía mail sobre su nuevo trabajo, el origen de cada historia y también de lo que sigue construyendo su oficio creativo.

Es extraño lo que ocurre -a veces- en el oficio del periodista, lo que acontece con las palabras que ofrecemos y que recibimos de vuelta. Estamos acostumbrados a planificar entrevistas, inmersos en el oficio de producirlas buscando que aquello que pensamos para el entrevistado en cuestión logre el efecto deseado, y confiamos que en el encuentro con ese otro, el intercambio cara a cara hará el resto, aunque también sabemos que, en muchas ocasiones, a pesar de la cercanía jamás logramos una conexión anhelada.

Debo confesar que nunca me gustaron demasiado las entrevistas vía mail, carecen de contacto visual, les falta espontaneidad,  repregunta, y les sobra distancia. Aunque entiendo, por otra parte, que son un recurso indiscutido para conseguir el objetivo profesional en tiempos donde –justamente- la urgencia del ir y venir se pone en primer plano o las distancias y sus horarios cruzados hacen lo suyo.

Hace mucho tiempo tenía deseos de charlar con Samanta Schweblin, una de las escritoras argentinas (pero radicada en Europa hace años) que más reconocimientos de colegas, premios de la crítica y lectores ha cosechado en el territorio internacional literario de los últimos años, gracias a libros como “Pájaros en la boca” (2008), “Distancia de rescate” (2014), “Siete casas vacías” (2015), “Kentakis” (2018). Sus múltiples traducciones, distinciones como el National Book Award o adaptaciones a pantalla grande así lo demuestran. Sin embargo, Córdoba seguía quedando tal vez lejos.

Su visita prevista para marzo en nuestra ciudad en el marco de la presentación de su último libro «El buen mal», nos ponía, entonces, en su mapa personal. Tal vez, podría conversar con ella. Sin embargo, la única opción posible (vía editorial) era por mail. ¿Sería capaz de conseguir un diálogo donde ella pueda sentirse cómoda y me contara sobre su oficio de escritora, sobre cómo surgen esos relatos punzantes, agudos y al mismo tiempo luminosos que pueblan sus libros? Envié las preguntas como quien manda el mensaje en una botella confiando solamente en que las palabras elegidas guardarían la fórmula escondida para conectar con una periodista a la que nunca vio.  

Desconozco el momento en que le llegaron mis preguntas, el instante donde abrió el mail y se encontró con mis interrogantes. Intuyo que fue en medio de un vaivén de viajes y presentaciones y otras entrevistas en su paso por Argentina, donde todo es urgente. Sin embargo, sus palabras me transportaron a una charla amena donde me cuenta cómo surgió este nuevo libro, habitado por historias oscuras, por supuesto, porque Schweblin es una artesana de la narración que pone el dedo donde más duele (o donde se radica la salvación) y donde también comparte sus procesos creativos que anidan en sus recuerdos de infancia entre óleos y acuarelas de abuela.

Samanta Schweblin. PH Alejandra López.

– Leyendo tus nuevos cuentos, y recordando otros libros, el universo del dolor, de la soledad, el desamparo, de la extrañeza es el que parece cautivarte para la escritura. Una escritura que lastima pero se vuelve luminosa cuando la propia narrativa encuentra alguna redención para sus personajes. ¿Ese equilibrio de claroscuros es intencional o sucede naturalmente en tu trabajo creativo?

-Me hacés pensar en mi abuela, que era pintora y me enseñó desde chiquita a trabajar con acuarelas y oleos. Decía que el negro más realista se conseguía superponiendo sombras de colores oscuros, que el negro, por sí solo, no contaba nada. Era la cercanía a un color luminoso lo que hacía que el ojo leyera esa superposición como negro. Y viceversa, cuanto más querías resaltar la luz de una línea, más importante se volvía la oscuridad que la enmarcaba. Supongo que hay algo de ese equilibrio que, aunque sea desde lo intuitivo, voy midiendo cuando escribo. En la ficción, como en la realidad, nos alivia la luz, la resolución, las buenas noticias, pero para que el recorrido tenga importancia debe prometer algún tipo de riesgo vital. Cuando leo algo oscuro me alarmo, quiero saber cuán peligroso será, pero si se vuelve demasiado oscuro necesito la promesa de una fuga.

– «El buen mal», que da nombre al libro, es un cuento que hace foco en la oscuridad femenina vinculada directamente a la maternidad o la ausencia de ese deseo, un tema que es recurrente en la literatura contemporánea internacional. ¿Cómo se fue construyendo? ¿Cuál era tu primera intención narrativa al escribirlo para que después fueran surgiendo quizás los personajes, las escenas?

-“Bienvenida a la comunidad”, el cuento al que creo te referís, fue el primer cuento del libro que escribí y que ordenó luego el resto del libro. Hasta tal punto que “El buen mal” era en realidad el título de ese primer cuento, y luego era tan claro para explicar las energías e intenciones del resto de las historias que se mudó hacia el título principal. Creo que estamos comandados por muchas fuerzas invisibles. Nuestros miedos, los mandatos que heredamos, las ideas que tenemos sobre el mundo (que no son el mundo, solo son solo las ideas que tenemos sobre el mundo), todo esto genera una tendencia que nos saca de nuestro espacio más real y autentico, son inercias, son ir quedándose, no elegir verdaderamente, no prestar atención. En fin, esto es un cuento ya sabido. Lo que me preguntaba con “El buen mal” es cuáles son entonces las otras fuerzas. Esas que llegan para poner todo esto en jaque, y te despabilan, y te obligan a volver a pensar todo otra vez. Son fuerzas oscuras, son cosas que asustan, que amenazan, por eso muchas veces preferimos no estar ahí cuando aparezcan. Pero si ponen nuestras inercias en jaque, ¿son realmente tan malas?

La escritura de Schweblin, sus trazos narrativos, denotan un trabajo minucioso con la palabra. Un pulir y descartar vocablos meticulosamente, tarea que se convierte en hábito cuando uno entiende que ella, como autora, creció en diferentes talleres en general, pero uno en particular, el de Liliana Heker, donde descubrió aprendizajes que aún la interpelan.

– Fuiste alumna de Liliana Heker, maestra del arte de la reescritura y la corrección. ¿Cómo sos o cómo aprendiste a ser con esa tarea inherente al oficio del escritor?

-Pasé por varios talleres antes, y en todos aprendí algo que agradezco muchísimo. Pero Liliana Heker fue mi gran maestra. Me enseñó dos cosas con las que aún sigo luchando. Primero, que hay una distancia peligrosa entre lo que uno cree, o quisiera, que el propio texto dijera, y lo que el texto realmente dice, y esa distancia puede aprender a medirse, quizá no completamente,  pero al menos hay formas de prestarle más atención. Y segundo, y quizá la enseñanza que más valoro, es a soltar el ego y con ella ese cuento del que estabas tan agarrado, y animarse a reescribirlo todo usando ese borrador solo como una influencia. Todo puede cambiarse.

Siempre nos decía: no se pierdan el gran cuento que podrían escribir, por quedarse atados a la idea de un primer borrador. 

 

– Estuviste brindando algunas  propuestas de talleres de escritura en el Sur, algo que no todos los escritores hacen. ¿Qué te moviliza de generar estos espacios? ¿Qué crees que buscan en vos quienes lo hacen?

-Ese taller inversivo de escritura que doy en Lago Puelo es como un nuevo gran núcleo de felicidad para mí, no podría explicarlo de otra manera. Selecciono a los participantes intentando generar un grupo lo más heterogéneo posible. Una tercera parte suelen ser extranjeros (casi todos latinoamericanos), y me ocupo en especial que el otro tercio sean de provincias por fuera del núcleo porteño. Gente que ya publica y gente que empieza a escribir, gente muy joven y gente más grande. Quiero armar grupos que aprendan a pensar juntos, a leerse y a trabajar como un equipo. Se escribe solo, es necesario, pero también hay mucha comunidad que se puede generar alrededor de ese ejercicio, y en mi propia experiencia, soy lo que soy gracias a esa comunidad. Y esto también es algo que se puede enseñar y compartir.   

De premios y lecturas

-Fuiste reconocida internacionalmente en los últimos años, te hiciste merecedora del National Book Award y tus libros fueron traducidos a diferentes idiomas, ¿cambian los reconocimientos, aplausos, premios en algo el oficio de la escritura? Si es así, ¿en qué?

-Ojalá no cambien los libros, ojalá estén ahí para dar más visibilidad y en todo caso llegar a más lectores, ojalá las novelas animen a más gente a meterse en los cuentos, y ojalá los premios vengan con dinero, porque el tiempo libre sale una fortuna en este mundo, y para escribir se necesita mucho tiempo.

– Una pregunta como lectora, ¿qué te gusta leer? ¿Qué géneros/autores sentís que enriquecen tu propia escritura? ¿Estás atento a las novedades de Argentina, por ejemplo?

-Leo de todo. Mucho viene de recomendaciones de amigos, y también de libros a los que te van llevando los libros que uno está leyendo. Ahora estoy leyendo un libro de Jhumpa Lahiri, “En otras palabras”, sobre su paso de escribir en inglés a escribir en Italiano, que me hace pensar un poco en mi propia situación con mi español (del que no me imagino mudándome para nada, pero que sobrevive inmerso en la burbuja del inglés y algo del alemán). También terminé “El volumen del tiempo”, de Balle, Solvej, que recomiendo. De argentina terminé la semana pasada “Un puñado de flechas”, de María Gainza, que me gustó mucho también.

Soy ecléctica para las lecturas, y desordenada, y abandono casi la mitad de lo que empiezo. Un poco como escribo.

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