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Crónica villera: del crimen a la leyenda

Entre la crónica periodística y una narrativa realista enmarcada en la denuncia social, “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia” de Cristina Alarcón se centra en la muerte del Frente Vital, un joven ladrón que fue acribillado por la policía y que se transformó en todo un símbolo del mundo villero. El hecho es tan solo la punta de una madeja que nos mete de lleno a un mundo atravesado por el consumo, el delito, el amor, la marginalidad y las noblezas que pueden esconderse aún en las oscuridades.

No se trata solo de comentar un libro, sino de narrar también ese camino -a veces azaroso o incierto- por el que este llega a nuestras manos.  Aunque la lógica dice que tal vez deberíamos dedicar este espacio a «El tercer paraíso», la novela de Alarcón que se consagró como Premio Alfaguara 2022, en los últimos días me encontré sumergida en la lectura de  “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia” (editada por primera vez en 2003 y reeditada por novena vez en 2021).

Todo comenzó a través de mi rol docente. En  la cátedra de Narrativas hablábamos de “crónica”. Yo les recomendaba a mis estudiantes algunas lecturas complementarias y obligatorias. Martín Caparrós, Leila Guerriero, Truman Capote, García Márquez o Rodolfo Walsh. De pronto ellos recordaron un texto que habían leído de manera conjunta en el primer año de la carrera. Ese libro era “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia”. “Lo tenés que leer profe, está buenísimo”, me repitieron varias veces. Y así fue que a los pocos días me lo compré. Consideré que sería valioso para mis estudiantes (a los que vivo recomendándoles títulos y autores) que vieran que en el conocimiento no hay jerarquías, que ellos también podían recomendar y que de pronto los roles se invertían. Así llegué a estas páginas, movida sobre todo por la curiosidad de entender qué era lo que tanto les había gustado de esta crónica narrativa que ahonda sobre un emblemático caso de los noventa (más específicamente de 1999).

Cristian Alarcón es un periodista reconocido, una voz referencial del periodismo narrativo iberoamericano. Y lo cierto es que ese oficio se refleja en estas páginas en las que aborda la muerte del Frente Vital, hecho que le permite ahondar sobre cuestiones profundas y complejas que tienen como escenario el mundo villero.

El Frente Vital era un pibe chorro de una villa de conurbano. Desde los 13 años delinquía pese a que su madre se esforzó por transmitirle las bases de una vida “decente”. Ella quería que estudiara, que no robara, que trabajara al igual que ella y sus hermanos, pero al parecer nada era suficiente para este adolescente que se fue haciéndose de un nombre, un estilo y una fama única. No era un ladrón común, era más bien  de esos ladrones con principios, de los que repartían  entre la gente del barrio parte de su botín, de los que salía de fiesta y enamoraba a las chicas, de los que respetaba el territorio y a sus habitantes, de los se esforzaba por vestir bien. Todo un personaje al que se respetaba y mucho, por lo que su muerte generó una enorme conmoción. No fue una muerte común. Cuando la policía entró a la casa en la que él se escondía, el Frente estaba desarmado y con la intención de entregarse. Pero igualmente fue acribillado.  Allí, en donde aparece la violencia y el abuso policial, allí donde crecen las dudas y se incorporan las pruebas, allí donde emerge el dolor y la rabia, allí justo allí, nace la leyenda.

Cristian Alarcón inicia el relato con esa muerte. Narra cómo los distintos personajes de esta historia vivieron ese momento. Qué pensaron, qué estaban haciendo, qué sintieron… A partir de la bala fulminante se mete en un mundo que le es ajeno pero en el que –durante el proceso de investigación- empieza a entender. “Como si él y su poderío místico incluyeran la condena y la salvación, el mito del Frente Vital me abrió la puerta a la obscena comprobación de que su muerte incluye la santificación y al mismo tiempo el final de una época. Esta historia intenta marcar, contar ese final y el comienzo de una era en la que ya no habrá un pibe chorro al que poder acudir cuando se busque protección ante el escarmiento del aparato policial, o de los traidores que asuelan, como el hambre, la vida cotidiana de la villa”.

Alarcón va armando un rompecabezas en el que cada pieza se presenta como un pequeño retrato que nos ayuda a entender el todo. Unas tras otras las vivencias de estas personas (que en el relato aparecen con nombres ficticios para preservar su identidad) ayudan a entender esa territorialidad que se erige entre pasillos, consumo, pasiones breves e intensas, madres que buscan alternativas para sobrevivir (no siempre contenida en el plano de los legal),  bailes en el Tropitango, transas, adicciones, marginalidad, errores del sistema, la violencia policial, la vulnerabilidad y esa dura  existencia de quienes sobreviven en medio de conflictos que parecen no encontrar salida.

Hay escenas que parecen una película de acción, otras que transitan por la línea del drama social. Hay momento que conmueven y otros que generan un enorme desasosiego. Una crónica cruda, realista, breve y contundente. Con un final en esa mítica tumba del Frente Vital que nos lleva al imaginario popular de los santos bandoleros. 

Obviamente que al finalizar el libro mi rol docente se impone. Creo que es de esos títulos para recomendar a estudiantes de periodismo. Y de paso agradezco a los míos, fueron ellos quienes me ayudaron a meterme en esta historia que conocía desde afuera como mera espectadora de un caso más, entre tantos. Alarcón cuenta en estas páginas que él tuvo sus guías para conocer sobre el Frente Vital y su territorio. Yo tuve los míos. 

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