Caprichoso maridaje literario, o eso que hace dialogar al emperador Adriano y el presidente Putin

Durante el verano, coincidieron en mi lectura el clásico “Memorias de Adriano”, de Marguerite Yourcenar y “El mago del Kremlin”, del italiano Giuliano da Empoli. Dos libros absolutamente diferentes en sus propuestas narrativas, escritos por voces de distintas generaciones pero que dialogan acerca del poder y los poderosos.  

Me gusta leer y combinar lecturas, hacer maridajes caprichosos, ver qué pasa cuando leo dos libros al mismo tiempo y sus narrativas, personajes, voces, empiezan a dialogar.

A veces lo hago a propósito, a veces no y todo me sorprende. Como este verano.

Por casualidad (o no), se reunieron en mi universo lector “Memorias de Adriano”, de Marguerite Yourcenar y “El mago del Kremlin”, de Giuliano Da Empoli. Un maridaje extraño entre un clásico publicado en 1951 y un best seller de los últimos años, del cual surgió una fuerte conexión.

Al primero lo empecé a leer el año pasado (una narrativa densa y exquisita la de Yourcenar, que vale la pena masticar bocado a bocado) y al segundo lo inicié directamente estando de vacaciones, era un pendiente bastante reciente (editado en 2023), que venía resguardando para una buena ocasión.

A primera vista, nada parece unirlos, nada parece vincular el monólogo interior, reflexivo y descarnadamente sincero de uno de los emperadores más importantes de Roma en el ocaso de su vida, con el racconto de un personaje de ficción pero absolutamente verosímil que cuenta los secretos del ascenso al poder del actual presidente ruso Vladimir Putin.

Pero es sólo a primera vista.

Con el correr de las páginas un hilo sensible y potente comienza a hilvanar un libro con el otro, un hilo transparente y preciso que une –por un lado- la certeza de ambición de poder de aquel hombre que atravesó en su imperio (y sin saberlo) el paso a la era cristiana con la de una sombra casi imperceptible de un actor, productor de reality, que guiándose por el olfato que le dio la TV, encontró la fórmula perfecta para que un tipo sin mayores pretensiones y preso de las adulaciones se convierta en el hombre más poderoso de Rusia (y el del mundo).

Por eso vale la pena analizar un poco más, y para hacerlo, la palabra que se impone es justamente, la de poder.

¿Qué lleva a una persona alcanzar el poder? ¿Qué la lleva a sostenerlo? ¿Cuáles son los andamiajes que se esconden debajo del traje de emperador o presidente y que le permiten moverse incluso impunemente por un territorio?

En “Memorias de Adriano”, podemos decir que la pluma de Yourcenar se despliega sobre una partitura poética que propone una melodía de acordes y disonancias. Si pudiéramos pensarla, incluso, como una ópera, podríamos decir que sus movimientos coinciden con la infancia, la adolescencia, la madurez y la vejez del emperador, en un continuo (y descarnado) soliloquio donde un hombre se enfrenta a sus mejores proezas y peores miserias.

No es azaroso el hecho de que sea una mujer que pone en ese papel reflexivo al César y es allí también donde está lo revolucionario del texto: un hombre con la suma del poder se detiene a pensar en las grandes y pequeñas decisiones que tomó en su vida, y que impactaron en el futuro de la gran Roma, de su declive, del mundo que surgió después. Adriano conoce como nadie el hambre de poder, la arquitectura de la ambición, la prisión de la permanencia en el cargo. Sabe que el hombre es errático, que se deja llevar por la avaricia, la desesperación o la crueldad, y que el pueblo reacciona ante la miseria. Y por último está convencido que no todos los que nacen cercanos al poder son dignos de manejarlo.  

“La mayoría de los hombres notables de la historia tuvieron descendientes mediocres, por no decir peor, dando la impresión de que habían agotado en sí mismos los recursos de una raza. La ternura del padre se haya casi siempre en conflicto con los intereses del jefe”.

Adriano piensa en el pasado, el presente y el futuro y la narrativa de Yourcenar, a mitad del SXX recordaba lo que debían y no hacer los grandes gobernantes.  

Más de dos mil años después, otro personaje, en una novela que juega entre lo real y lo imaginario, propone también una lectura desde adentro, pero esta vez desde la mirada de un testigo. El protagonista aquí es Vadim Baranov, nieto del mundo leninista e hijo de la Perestroika, que de la bohemia teatral y la producción en TV se convierte en el artífice de la llegada al poder de Vladimir Putin. Baranov cuidó siempre de ser y mostrarse como un tipo común. Estudió drama en los ´70, soñó con ser actor, pero terminó trabajando como productor de TV en tiempos donde la pantalla rusa (y los empresarios que la sostenían) poco a poco aprendía de los consejos occidentales y se convertía en una maquinaria rentable de niveles siderales. En uno u otro papel, Baranov trató siempre de entender las mejores estrategias para llamar la atención de la audiencia, por eso no le fue complicado pasar del espectáculo a la política de los ´90. En última instancia, la fórmula era la misma: había que saber impactar. Le dieron la importante tarea de convertir a un anónimo en las arenas del poder en jefe del Kremlin, y lo hizo. Sin él, Putin no sería quién es hoy.

Dicen, que Baranov existió realmente y que luego del ascenso del líder, y de la brutalidad con que éste lo trató, se resguarda en la sombra. La ficción del italiano Da Empoli, en tanto, precisa, con equilibrada tensión y diálogos imperdibles, solo retrata con agudeza la mirada retrospectiva de Baranov cuando alguien lo reconoce en la sombra.  

El poder y sus mil y una formas de narrarse. El poder de hace más de 2000 mil años en un imperio ya inexistente y el poder actual, manteniendo los mismos vicios y sostenidos por los mismos mecanismos. El poder, en las voces de dos hombres, desde el centro y la periferia. 

 Alguien dijo alguna vez que “los textos los terminan los lectores”. Me gusta pensar que estos dos libros fueron leídos por mí de una manera diferente simplemente porque supe hacerlos dialogar. Al fin y al cabo, esa es la magia de la literatura.

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