“Cartas a los perdidos” de Brigid Kemmerer recrea la clásica historia de encuentros y desencuentros a través de cartas cruzadas. Lo hace de la mano de un relato juvenil en el que ahonda sobre el dolor, la pérdida, los prejuicios y el amor.
Historias sobre cartas cruzadas de personas que no se conocen y que de pronto se encuentran compartiendo cosas dolorosas y personales que tal vez no han hablado nunca con nadie, es sin dudas un recurso más que utilizado en el género romántico. Podríamos detallar una larga lista de películas y libros que se sostienen bajo esa estrategia argumental. Sin embargo Brigid Kemmerer usa ese recurso conocido para dar vida a una buena novela juvenil, profunda y sincera, que atrapa de principio a fin.
Si bien es predecible, la autora no busca sorprender sino desarrollar de manera creíble y lograda una galería de personajes que despiertan toda clase de emociones, en especial Declan Murphy (tan hostil y vulnerable a la vez).
Juliet y Declan tienen 17 años. Ellos se conocen por carta. Sí, por carta de esas que se escriben a mano y en un papel. Podríamos pensar que suena a un soporte absurdo para estos tiempos, pero el tema es que Juliet le escribe cartas a su madre muerta. Las deja allí, en su tumba. Murphy trabaja en el cementerio (o más bien cumple un servicio comunitario por algunos errores del pasado). Él debe hacer el mantenimiento lo que implica limpiar las tumbas de cartas y objetos. Así llega a ese papel en el que una reflexión lo iompulsa responder. La tumba es el canal en el que Juliet y Murphy (sin conocerse) iniciarán su diálogo. Luego lo seguirán por chat con nombres ficticios sin saber que se conocen y que se han cruzado más de una vez en la escuela, y no en los mejores términos.
El relato tiene casi todos los condimentos propios de una linda historia de amor juvenil, sin embargo ofrece un plus: nos enfrenta a esa mirada adultocentrista que pone etiquetas todo el tiempo: la chica ejemplo, la pobre chica, el chico modelo, el chico problemas… Nos enfrenta también a cómo esos adolescentes ven a los adultos que los rodean (muchas veces también etiquetándolos). Finalmente no hay víctimas ni victimarios, solo personas equivocándose y tratando de sanar las heridas.
Es un libro ágil muy bien diseñado para el segmento adolescente y juvenil: atrapa, enamora, conmueve y deja algunas reflexiones interesantes.